jueves, 29 de mayo de 2014

.

Ni lágrimas ni aire, el aire había faltado de golpe, desde el fondo del cráneo una 
ola le había tapado los ojos, ya no tenía cuerpo, lo último había sido el dolor una y otra 
vez y entonces en mitad del alarido el aire había faltado de golpe, expirado sin volver a 
entrar, sustituido por el velo rojo como párpados de sangre, un silencio pegajoso, algo 
que duraba sin ser, algo que era de otro modo donde todo seguía estando pero de otro 
modo, más acá de los sentidos y del recuerdo.






Pero ahora la oscuridad se cernía como las hojas caducas se abalanzan sobre el asfalto. Y no recuerdo cuántos terrones de azúcar acabaron en tu café, del mismo modo que se ha borrado el número de veces que te quedaste absorta en tus pensamientos sin rumbo, sin timón y sin viento favorable. Porque yo te contemplaba en primer plano, me empapaba de tu cromatismo al desnudo, de la naturalidad que cada poro de tu piel destapada supuraba. Yo te admiraba embobado como un ingenuo que disfruta del arte desde la ignorancia; sin conceptos claros que abrigar bajo el puente del paladar, pero con la incuestionable certeza de que nada me pareciera más absurdo que no desearte. Entonces tú me miraste, al fin, de frente. Torciste el gesto y me confesaste que hacía tiempo que ya no sentías el frío en los huesos, que la vida (tu propia vida) ya no era algo sobre lo que podías conversar sin sentir el peso insoportable de la indiferencia. Y por un instante enrojecí, porque mis palabras, como las del visitante de museo desinformado, acometían contra el muro de la incertidumbre con la que toda falta de pericia termina por toparse. El silencio te golpeó de costado. Recurrí a darle un trago a mi café, por ver si la respuesta se encontraba en el fondo de la taza, junto al azúcar sobrante.
—Salgamos, he de regresar —repusiste.

Fue entonces, al abofetearme el aire de la ciudad despierta, cuando creí haber encontrado algo que pudiera tomarse la licencia de asesinar el vacío que entre nosotros se había abierto. Pero ahora la oscuridad se cernía como un manto de tela opaco. Y nosotros deambulábamos a tientas como desconocidos que solo comparten la acera que pisan. A tientas por la ciudad sin carteles, sin calles y sin salida. 

3 comentarios:

V dijo...

A tientas por el vacío...
Me encantan tus fotografías y me siguen enamorando tus palabras.

Un beso, preciosa,

V

Aria Zankapfel dijo...

Hola Dafne.
¿tienes cuenta en Goodreads? Me encantan los libros que lees y me gustaría que me recomendaras alguno. Estoy muy interesada en autores alemanes, pero aquí en España no es fácil dar con sus obras así a primeras. Si no tienes cuenta, ¿podrías recomendarme algunos? En un principio me gustan las novelas, pero estoy abierta a todo tipo de géneros.
¡Mil gracias y enhorabuena por este blog, es precioso!

Aria

Mery Coda dijo...

Oh, vaya, qué angustia estirar el brazo para apenas rozar el frío ajeno, sin poder sanarlo.

(sonrisa de elefante)