viernes, 30 de octubre de 2009

Se me detiene



El esmalte de uñas siempre corroído a causa de las horas y horas que pasaba sumergida en montañas de jabón de pastilla. Se las pintaba escarlatas, como el color del carmín que utilizaba la abuela cuando era pequeña, lo cual conseguía que se le quedara una representación de los labios en la mejilla, sólo que con silueta agrietada.
Nunca se paraba a retractarse en un pasado desgastado, ya que era de aquellos que dolían por el simple hecho de que permanecieran en el subconsciente. Como mucho, le solía plantar cara de refilón, sin llegar a rozarlo, manteniéndolo en un plano borroso para no apreciar los detalles en su totalidad.
Captaba las infidelidades al vuelo. Las mentiras provenientes de los labios de Jack se desnudaban paulatinamente, frente a ella, como señoritas de cabaret –sólo que sin prendas de encaje-. Yacían bajo sus pies, yertas y carentes de toda credibilidad, hasta que un día él volvía con la sonrisa Binaca y una chocolatina suiza.
Respiraba por la boca para degustar cada bocanada con las papilas gustativas, y solía terminar con un catarro que le impedía oler el aroma a cítricos.
Solía sentarse en la última fila de asientos del autobús. Había un chicle pegado en el respaldo delantero, pero la posición le permitía un mejor campo de visión cuando él cruzaba el paso de peatones en el momento exacto en el que el color del semáforo se tornaba rojo y se cortaba la circulación de tráfico. Lo que el conductor no sabía es que, aparte de este tipo de circulación, a la chica de uñas escarlatas se le detenía la sanguínea, así como el latir del corazón.

sábado, 17 de octubre de 2009

Incomunicación


A veces el viento sopla demasiado fuerte. Demasiado fuerte como para poderte oír a ti misma.
Entonces le haces un pulso a la gravedad, y saltas. Flexionando las rodillas de forma sobrehumana, retractándote sobre tu propio peso para luego estirarlas y que tracen las tibias una línea perpendicular al suelo. Saltas porque pretendes llegar lo más alto posible, porque intentas coger cobertura en el cielo, en la bóveda celeste donde los sueños parecen un poco menos imposibles y quiméricos. Estás hasta las narices de las llamadas perdidas al corazón, de ésas en las que suena el buzón de la compañía de la incomprensión, pues ni siquiera eres capaz de comprender por qué no puedes entregarte a alguien como es debido.
Y es la incapacidad de hacerlo, las promesas fragmentadas, el deseo insano de comportarte como antaño, de acabar con todo esto y reemprender algo que te llene tanto como para sobresalir por encima de tu individualismo, lo que consigue que termines por empeorar la situación.
Decides que las excusas son demasiado sugestivas como para dejarlas pasar, y que tu saldo comienza hacer estragos, así que pierdes el orden de las prioridades, limitándote a que el tiempo se derroche a merced del viento.



sábado, 10 de octubre de 2009

Se me/nos escapa




Hoy quería saber si hacerle el amor habría sido tan bonito como lo pintaba en mi imaginación, o si la lluvia se calaba hasta los huesos cuando te encuentras a la intemperie con la mirada fija en las gotas, siendo consciente de que cada una de ellas no es más que algunas de las personas que han pasado por la Tierra. Por eso no llueve siempre, y hay veces que cuando tiene lugar un diluvio, no es más que una representación metafórica de alguna guerra o epidemia.
Así se visualiza mejor, poniendo al césped al mismo rango que a la muerte. Y al morir, uno pierde la vida.
Nunca entendí el término de perder la vida. ¿Acaso ésta se iba volando, o se nos escurría entre los dedos? En todo caso, a uno no se le pierde nada al encontrarse en el otro lado, pues las acciones verbales sólo se las podíamos atribuir a seres animados, y no es el caso de un cadáver. A los muertos no se les pierde nada, ¿o sí?
Se llevan cada uno de los recuerdos que han palpado en propias carnes, cada sonrisa indiscreta que le han dedicado en medio del gentío –por muy estúpida que sea-, cada “buenas noches” que adormece los sentidos, y un millón y medio de cosas más.
Creo que es mejor perdernos en vida, que perderla en sí. De hecho, ya lo hago cada vez que pretendo mirarte concentrándome en el reflejo de tus pupilas, o cada vez que cruzo la línea del cuello de tu camiseta.