lunes, 21 de diciembre de 2009

Northern sky














Las personas siempre tienen prisa. De alguna forma u otra, van corriendo hacia todas partes con la prisa pisándoles los talones. Y en realidad quizás estaba bien. Eso de mantenerte ocupado porque siempre tienes hacia dónde ir. A mí no se me ocurría un solo lugar en el mundo al que escapar. Creo que es porque cuando se te rompe la vida, o alguien te la roba, pesa más de transportar al estar herida o ser inexistente, así que algo te ata al lugar donde la viste por última vez. Como cuando pierdes algo, y te quedas a buscarlo, teniendo a veces la firme convicción de que no vas a volver a verlo
Y tú eras mi Norte. Ahora tengo una brújula inservible y estropeada, que no sabe hacia dónde mirar.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Seaside

A veces damos las cosas por sentadas, creemos que las vigilamos desde nuestro faro en la bahía. Avistamos a los náufragos a la deriva, los observamos de lejos, con la convicción de que van a terminar estrellándose contra las rocas si no intentamos evitar que acaben precipitándose contra los salientes. Pero a veces no los vemos a tiempo, y nuestra luz no es capaz de llegar a las pupilas del extraviado.
Y hace frío, demasiado frío como para girar la vista y pronunciar un solo adiós con el reflejo de las pupilas al navío descarrilado de las vías ferroviarias del océano.



Te has chocado con mi propia bahía de imprevisto y sopetón, y aun así, creo que ni siquiera sería capaz de decirte un simple adiós.

viernes, 27 de noviembre de 2009

El cielo se ha incendiado












-Aquí no nieva –suspiré.
-¿Y? Hace frío, y es lo que importa.
-No, porque al frío no se le palpa, sino que simplemente se siente. Así que no podemos fotografiar escenas con la nieve en la ropa de lana, ni con copos enzarzados en el pelo –le respondí mientras jugaba con la manga del pulóver.
-Vaya. Pues fíjate que ahora mismo huelo el frío por todas partes, y la sensación de que está a punto de nevar pero que en el fondo sabes que jamás va a hacerlo.
-¿Y es acaso eso bonito? –inquirí.
-Mucho. Porque el día que nieve, será la primera vez, y las primeras veces no suelen ser las mejores, pero en este caso creo que se hará una excepción. Y si no lo hace, pues nos habremos quedado con la ilusión de que iba a hacerlo algún día, cosa que si ocurre siempre, se da por sentada. ¿A ti te gustan las cosas que se dan por sentadas?
-No, casi nada.
-Ya, a mí tampoco. A nadie le gustan las cosas que se dan por sentadas. No tienen valor alguno.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Comptine d'un autre été















-¿Sabes de ese tipo de personas que sonríen en cuanto las miras? Suelen oler a jabón de pastilla, con unos matices a limpio inconfundibles. Las uñas las llevan bien recortadas, en su medida correcta, ni muy largas ni muy cortas. Tararean “Comptine d'un autre été” antes de dormir, al mismo tiempo que cuentan el número de estrellas que oscilan en el firmamento.
Pero, ¿sabes qué es lo mejor de ese tipo de personas que sonríen en cuanto las miras? Que mientras el resto de mortales caminan hacia alguna y a la vez ninguna parte, entre los rostros grises de la globalización, entre las marañas de humo de toda esta constante evolución y los gritos ahogados que se perpetuan por los nuevos casos de depresión, ellos van maravillándose con cada hoja de árbol caído, con el reflejo de sus sonrisas en el cristal del metro y la sensación del frío cortándoles los labios. Porque viven, desgajan cada segundo para exprimirlo al cien por cien, para tomarse de un trago el vaso de zumo y sentirse rebosantes de ganas de comerse el mundo y endulzarse de vitamina C.

viernes, 30 de octubre de 2009

Se me detiene



El esmalte de uñas siempre corroído a causa de las horas y horas que pasaba sumergida en montañas de jabón de pastilla. Se las pintaba escarlatas, como el color del carmín que utilizaba la abuela cuando era pequeña, lo cual conseguía que se le quedara una representación de los labios en la mejilla, sólo que con silueta agrietada.
Nunca se paraba a retractarse en un pasado desgastado, ya que era de aquellos que dolían por el simple hecho de que permanecieran en el subconsciente. Como mucho, le solía plantar cara de refilón, sin llegar a rozarlo, manteniéndolo en un plano borroso para no apreciar los detalles en su totalidad.
Captaba las infidelidades al vuelo. Las mentiras provenientes de los labios de Jack se desnudaban paulatinamente, frente a ella, como señoritas de cabaret –sólo que sin prendas de encaje-. Yacían bajo sus pies, yertas y carentes de toda credibilidad, hasta que un día él volvía con la sonrisa Binaca y una chocolatina suiza.
Respiraba por la boca para degustar cada bocanada con las papilas gustativas, y solía terminar con un catarro que le impedía oler el aroma a cítricos.
Solía sentarse en la última fila de asientos del autobús. Había un chicle pegado en el respaldo delantero, pero la posición le permitía un mejor campo de visión cuando él cruzaba el paso de peatones en el momento exacto en el que el color del semáforo se tornaba rojo y se cortaba la circulación de tráfico. Lo que el conductor no sabía es que, aparte de este tipo de circulación, a la chica de uñas escarlatas se le detenía la sanguínea, así como el latir del corazón.

sábado, 17 de octubre de 2009

Incomunicación


A veces el viento sopla demasiado fuerte. Demasiado fuerte como para poderte oír a ti misma.
Entonces le haces un pulso a la gravedad, y saltas. Flexionando las rodillas de forma sobrehumana, retractándote sobre tu propio peso para luego estirarlas y que tracen las tibias una línea perpendicular al suelo. Saltas porque pretendes llegar lo más alto posible, porque intentas coger cobertura en el cielo, en la bóveda celeste donde los sueños parecen un poco menos imposibles y quiméricos. Estás hasta las narices de las llamadas perdidas al corazón, de ésas en las que suena el buzón de la compañía de la incomprensión, pues ni siquiera eres capaz de comprender por qué no puedes entregarte a alguien como es debido.
Y es la incapacidad de hacerlo, las promesas fragmentadas, el deseo insano de comportarte como antaño, de acabar con todo esto y reemprender algo que te llene tanto como para sobresalir por encima de tu individualismo, lo que consigue que termines por empeorar la situación.
Decides que las excusas son demasiado sugestivas como para dejarlas pasar, y que tu saldo comienza hacer estragos, así que pierdes el orden de las prioridades, limitándote a que el tiempo se derroche a merced del viento.



sábado, 10 de octubre de 2009

Se me/nos escapa




Hoy quería saber si hacerle el amor habría sido tan bonito como lo pintaba en mi imaginación, o si la lluvia se calaba hasta los huesos cuando te encuentras a la intemperie con la mirada fija en las gotas, siendo consciente de que cada una de ellas no es más que algunas de las personas que han pasado por la Tierra. Por eso no llueve siempre, y hay veces que cuando tiene lugar un diluvio, no es más que una representación metafórica de alguna guerra o epidemia.
Así se visualiza mejor, poniendo al césped al mismo rango que a la muerte. Y al morir, uno pierde la vida.
Nunca entendí el término de perder la vida. ¿Acaso ésta se iba volando, o se nos escurría entre los dedos? En todo caso, a uno no se le pierde nada al encontrarse en el otro lado, pues las acciones verbales sólo se las podíamos atribuir a seres animados, y no es el caso de un cadáver. A los muertos no se les pierde nada, ¿o sí?
Se llevan cada uno de los recuerdos que han palpado en propias carnes, cada sonrisa indiscreta que le han dedicado en medio del gentío –por muy estúpida que sea-, cada “buenas noches” que adormece los sentidos, y un millón y medio de cosas más.
Creo que es mejor perdernos en vida, que perderla en sí. De hecho, ya lo hago cada vez que pretendo mirarte concentrándome en el reflejo de tus pupilas, o cada vez que cruzo la línea del cuello de tu camiseta.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Besos de cloro

Dicen que una de las peores muertes es el ahogamiento. Que la lucha por salir a la superficie te atenaza por dentro, acongojándote por completo. Entonces intentas aguantar la respiración el mayor tiempo posible, hasta que desistes en el intento y comienzas a ingerir agua en un intento de sacar el oxígeno, pues si mal no recuerdas, aparte de dos átomos de hidrógeno, había algo de ese gas tan preciado.
Luego sientes un desgarro y un abrasamiento intenso. Al poco rato, nada.
Aun y con todo, creo que es una de las mejores muertes que podría experimentar.
Cerraría los ojos con fuerza, tratando de imaginar que tengo delante de mí las franjas policromadas del arco iris de tu mirada. Porque creo que no hay nada mejor que una parada cardíaca en compañía, ya que al menos se escucharía el latir de otro corazón, que sustituiría de alguna forma la palpitación que acaba de desfallecer. Y entonces me cogerías con ambos brazos sin la oposición de la gravedad, sosteniendo mi cuerpo inerte en contacto con tu piel. Quizás no sea una décima parte de lo bonito que habría sido si nuestras miradas se entrelazasen, pero eso resta importancia cuando lo realmente maravilloso es que los besos con cloro están totalmente desinfectados, y a una le llegan tan limpios que se muere por llegar a la parte de los juegos sucios.

lunes, 21 de septiembre de 2009

Desiderativa

Ayer tuve una momentánea y leve neurosis neurasténica.
Quise observar a la sangre por el antebrazo realizar un río de vino tinto. Habría sido, sin duda, un duro golpe para aquel humor circulatorio. Y para ti, supongo que para ti también.
Después de haber pasado el verano bajo el dobladillo de tu pantalón, permanecer con la idea insana de que es preferible la autoflagelación a contarte mis problemas me parece algo estúpido y sin miramiento.
Pero no soy capaz de decirte las cosas sin una jerga desprovista de sentimiento alguno, al menos no por escrito. Creo que es por eso por lo que cada línea que redacto parece más gélida de lo que es en realidad, y ni siquiera tú te molestas en derretirlas con el vaho de tu respirar. ¿Qué ocurre si tan sólo suspiro en caligrafía un quedo “te quiero”? Que me sabe a tan poco, indefenso sobre la hoja de escritura, desnudo sin el calor de la voz y de los sinónimos aglomerados, que lo dejo por imposible. Así que lo encontramos tan congelado que uno es incapaz de alegar que no le transmite nada, pues el hielo al menos llega un momento que quema. Y cuando hablan de ti, los monemas por sí solos llegan a ser abrasivos.
Aunque, sinceramente, soy preferible tras esto que en persona. Cara a cara, con las miradas enzarzadas; ahí sí que no mantengo relación con nada de lo que soy.
De comportamientos absurdos me sé unos cuantos, ya que los practico si el clima y tu paciencia me lo permiten. La diferencia reside en que el otoño siempre regresa, lo quieras o no, pero el altruismo va restándose con el paso del tiempo. Sin embargo, continúo como siempre. Veo el alejamiento a la vuelta de la esquina, y no quiero cambiar un ápice de mi egoísmo. A lo mejor es de ser idiotas, que luego una se arrepiente hasta la médula –no te lo voy a negar-.
Quizás algún día nos reencontremos en el kilómetro cero; cuando me haya quitado la tontería de los quince, los prejuicios por la superficialidad, la reclusión sobre una misma, las crisis sin explicación y la necesidad de observarte con curiosidad desde el otro lado de la acera, mientras los besos tienen una receptora distinta. Y quizás para entonces todavía siga resultando tan anodina como antaño, tú me mirarás con pupilas de café al comunicarme que todavía sientes algo, y solamente quizás reanudaremos la cuenta por donde la habíamos dejado.

domingo, 13 de septiembre de 2009

Eisberg

Algunos te comparan con el aire, porque transportas sedimentos de cada experiencia que vives, y erosionas a la gente cuando gritas –por lo menos a mí me abofeteas en toda la mejilla al exclamar un simple hasta luego-.
Pero yo creo, al menos esa es a la conclusión que he llegado después de tardes intentando descifrar por qué sigues siendo la incógnita de la ecuación de mi vida, que eres un iceberg. Y no sólo porque eres tan gélido como el hielo, o porque de algún modo, también tienes un comportamiento muy próximo a lo dulce (cuando quieres); sino porque estás polarizado. Todo esto, eléctricamente hablando, por supuesto. Nos fundamentamos en un juego de atracción y de repulsión que puede llegar a límites extremos, por lo que de vez en cuando quebrantas mis sentimientos de cristal. Es cierto en parte, que sueles mostrar tan sólo un 10% de ti en la superficie, y que el 90% tiendes a sumergirlo en el fondo, para que nadie lo encuentre en un descuido. A mí, empero, me vuelve loca la búsqueda del tesoro, sobre todo si se trata de un cofre escondido en los arrecifes de tus entrañas.
Y dirás: “Podrías haberme comparado con un imán, y ahorrarte todo el rollo”. Quizás tengas razón, pero prefiero seguir pensando que eres algo más que un cacho de metal imantado.

martes, 8 de septiembre de 2009

Y eso que fumar puede matar


Había tanta oscuridad que apenas podía observar tu silueta como cuando suelo hacerlo los jueves al mediodía. Como cuando entro en la habitación y estás sobre la cama. Tus piernas cuelgan despreocupadamente mientras van rozando el edredón en movimientos oscilantes, tienes la mirada perdida en la mesilla de noche, y la lluvia comienza a repiquetear en el alféizar de tus pestañas. Pero no lloras como un niño lo hace al caerse al suelo empedrado, o como un llanto que se lanza al aire por la pérdida de un ser humano. Lo haces escandalosamente, como si te fuera la vida en ello, como si en ese mismo instante pasara sonoramente el tren abarrotado, con los pasajeros sin tiempo a contemplarte. Siempre fui una de aquellas pasajeras que hacían oídos sordos y la vista gorda.
Y así es como nadie se da cuenta de que no estás derramando lágrimas, sino apagando el fieltro encendido de un cigarro vital. Porque pretendes acabar con el fuego antes de que te encuentres con que tu vida ya no es ningún bosque, sino un amasijo de cenizas apiladas.

domingo, 30 de agosto de 2009

Mono de otoño

Se tumbaba sobre el edredón deshecho tras horas de comunicación consigo misma. Humedecía un poco las sábanas y encendía el ventilador para secar el agua lo más rápido posible, pero la salinidad siempre seguía dejando rastros sobre los labios. Todo el mundo sabe que la madera se va pudriendo por el efecto de la humedad, y eso era lo que le estaba pasando. Se pasaba tantas tardes en remojo, que terminaba con las extremidades totalmente descompuestas, con una sequedad inaguantable en las cuencas de los ojos y las pestañas como hojas de fresnos recién azotadas por un aguacero colosal.
Aun así, seguía adorando los climas fríos y el otoño. Sobre todo el otoño.

lunes, 24 de agosto de 2009

Notas en sepia

Nadia comprendió que había llegado la hora de dejar de tocar. No porque los dedos estuvieran entumecidos de tanto transitar las teclas, o porque eran ya las tres de la madrugada y el vecino del quinto no tardaría en utilizar la escoba como utensilio destroza-techos; sino, simplemente, porque se dio cuenta de que el hombre que aparecía en el retrato color sepia de encima de la repisa había entrecerrado ligeramente los ojos.
-Parece que ya te he empalagado lo suficiente con todas las sonatas y adagios que conozco –suspiró, mientras sonreía somnolienta-. ¿Sabes? Me alegro de que te dejaras fotografiar el día de tu cumpleaños. No me gustaría tener que basarme en mi capacidad humana, débil e inservible para salvaguardar cada rasgo que divisé en tu rostro, manteniendo el encanto superfluo que emanaba tu figura.
Colocó bien el portarretratos, por lo que éste ocupó un lugar más cercano a la joven.
-¡No me mires así! No es malo recordarte, eres el único que me tiene por artista y el que está incluido en mi mundo, junto al piano y al café de los sábados.
Silencio.
-Tranquilo, todavía estoy en la fase de provocar la misericordia en el resto de personas, aún no me tachan de lunática –no pudo menos que sonreír, a pesar de que diera más razón de peso al adjetivo mencionado-. Pero ellos no lo saben, cariño. Los chillidos me están ahogando poco a poco el subconsciente, aunque tú ya me lanzaste al agua hace tiempo.
Se pasó la manga del camisón por la nariz.
-Y ellos tampoco lo entienden. Lo peor de todo no fue que te marcharas, sino que me dejaras atrás.

martes, 18 de agosto de 2009

No temas














¿Por qué siempre es más sencillo no decir una sola palabra? Porque cuando el silencio llega, las frases corretean como pequeñas hormigas de campo, que buscan comerse las migajas de tu respeto hacia la omnisciencia. Y aquello ya llega a ser algo, una continua ausencia constante de los verbos anudados a pronombres en segunda persona del singular –la propia cantidad ya indica la calidad de la cual estamos hablando-. Por no decírtelos, me los trago corriendo, por miedo a que vuelvan a salir con más fuerza, arañando la garganta en iracundos intentos por salir al aire libre.
Pero todo el mundo sabe que la Nada es más temible que el Algo. ¡Demonios! Yo sé cómo acabar de un puntapié en la espinilla con ese tal Algo, pero… ¿qué hay de esa tal Nada? ¿Acaso posee trasero alguno, corazón que pueda dejar de latir, dedos meñiques para golpear contra los muebles? ¡No! No, y mil veces no. Nos enfrentamos a algo de lo que no estamos seguros, ni siquiera se trata del mismísimo aire, pues éste ya está compuesto por unos gases. Así que el terror nos anuda por dentro, haciendo un jersey con los intestinos, y nos remontamos al hecho de no hacer nada por si, por alguna remota casualidad, pasara algo.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Lecciones diarias

¡Volví! Y gracias por los comentarios de la última entrada. La verdad es que Suiza es preciosa, y a una la ayuda a despejarse un poco las ideas :]
Daniela también estuvo por Annecy unos días (salió del cuarto de baño que la oxidaba), y no me quedó más remedio que guardar por escrito la segunda de sus experiencias que tuvieron lugar en un recodo de mi imaginación.

Y he aquí el resultado.

Daniela estaba convencida de que la longitud de los días estaba proporcionalmente relacionada con el número de cosas aprendidas. Véase, por ejemplo, aquella tarde de mediados de agosto -a orillas del lago de Annecy-.
A las ocho, cuando ya había amanecido por completo y la humedad se palpaba hasta en los calcetines color chocolate, metió con precaución la punta del dedo en el lago. Y allá estaba, una hora más de mañana. Porque asimiló que su agua estaba fría cuando los rayos de Sol todavía no incidían con fuerza, y que aquel era uno de los lagos más limpios de Europa –casi tan limpio como las mejillas oxigenadas de Adeline-.
El día apenas se alargó cuando comprendió que, al ser ya las siete de la tarde, tratándose de un quince de mediados de agosto, nadie más acudiría a comprobar si el agua seguía fría o si se había calentado apenas dos grados más. Y eso la deprimió algo, por lo que decidió volver al día siguiente, el cual se prolongaría todavía más que el anterior.

domingo, 2 de agosto de 2009

Un premio y un hasta luego




















1. Pones el premio.

2. Enlazas al blogger que te lo entrega.

3. Eliges 10 blogs que premiar.

4. Informas a cada uno de los elegidos a través de un comentario en su blog.
La señorita de las burbujas de nieve , ha tenido la amabilidad de otorgarme este premio al blog de oro. Sus textos no sólo huelen a frambuesa, sino que además tienen derroches de magia.
Y, bueno, aquí va mi lista -después de varios quebraderos de cabeza-:
También he de decir que el martes me marcho a Suiza y a Chamonix, por lo que tardaré una semana aproximadamente en contestar vuestros comentarios.
Espero que sigáis escribiendo en mi ausencia, para que cuando vuelva pueda deleitarme con vuestras palabras :]

sábado, 25 de julio de 2009

Latidos fibrilantes


Siempre es verano cuando se trata de un alquiler en la habitación 126 de tu corazón, justo en la aurícula izquierda, para levantarme en el mismo lado que aquel pie que carece de suerte alguna. Así, si algún día los párpados se te adosan como sanguijuelas a los ojos, yo lograré impulsarte con fuerza.
Palpitaré como si de un aleteo de colibrí se tratase, por si alguna vez tu corazón comienza a fibrilar. Lo haré de sopetón, para llenarte las venas hasta su tope de capacidad, y encenderte por pura fricción de caricias intermitentes.
También suele ser viernes. Siempre es viernes, por supuesto. Y tenemos todo el fin de semana para matarnos a pulsaciones constantes; porque, no sé si lo sabías, pero un corazón jamás deja de latir. Por mucho que la gente se esmere en congelarlo, en mantenerlo en el refrigerador; porque dicen que si no, se les estropea en contacto con el aire. En cambio, a mí me pierde el respirarte hasta astillarme las costillas.

sábado, 18 de julio de 2009

Plastificación bibliotecaria



Y el caso es que yo no soy muy promiscua a perderme en los pasillos de una biblioteca. Pero resulta que ayer, mientras me dilapidaba en el propio debate de si cruzar el umbral de tu puerta en Rue de Rivoli, o en marcharme a contar hojas desgastadas y añosas en la biblioteca, me decanté sin dudarlo por la segunda opción (espero que no te importe).
Porque a una le tienta aquella plastificación doblegada hacia el interior de las páginas, como si ellas mismas te marcaran un pequeño puente para degustar el olor a rancio que desprenden. Buscaba uno de tapas amarillas, de un limón ácido a ser posible. Por supuesto, debía de estar escrito en francés. Yo desconozco el idioma, a pesar de residir más de cinco años en París, pero el simple hecho de navegar en letras franchutes, ya merecía la pena. Porque, a pesar de no entender nada, quizás me ayude a comprender un poco mejor el hecho de que no pueda cruzar tu umbral así como así, pues no hay bordes asfaltados que me inciten a llamar a tu timbre sin que las falanges me tiriten por puro terror infundado.

martes, 14 de julio de 2009

Anemia cálcica


Aproximadamente serían las cinco y veinte, un cuatro de julio. Hice como siempre, supongo, me llené el vaso de leche hasta la mitad –ni más ni menos, por aquello del recipiente medio vacío-. Y digo siempre porque el cielo seguía tan desamparado, sin una sola nube de algodón en la que respaldarse. Continuaba estando pintado por matices desaturados, igual de melancólica y vetusta que el mármol de la cocina.
Con una soledad palpable, constituida por piezas completamente macizas y bien aglomeradas, que una no podía dejar de sentirse desguarnecida aunque estuviera en compañía de las polillas que colonizaban el pulóver turquesa. Empero, si pudiera haber algo que me sacara de mis propias pesquisas lácteas –como pudiera ser el intentar calcular el número de burbujas en la superficie de todo aquel amasijo cálcico-, sería sin duda una gota de la misma leche que formara un exiguo rastro encima de mi labio superior, y semeje un segundo belfo blanquecino, para así presumir de tener otra superficie que pudiera ser besada por un caballero que pintara con crayones de colores el lienzo blanco y virgen.

viernes, 3 de julio de 2009

Vuelve, regresa a mí


Dulce mandarina, ¿podría usted hacer el favor de volver a mí?
Como el mar era vino rojo, tiré a probarlo y me emborraché con salitre y peces cirujano que me extirparon el tumor de azúcar que llevaba desde los cinco años. Porque a todos nos meten un saco entero en el cerebro cuando nacemos, y con el tiempo va empapando la masa encefálica, cubriendo los hemisferios de cuentos fantásticos y quiméricos con finales empalagosos. A algunos se les pasa rápidamente gracias a una glándula que segrega amargura y realidad, hasta que consiguen desterrar todo gránulo azucarado.
A mí aún me queda dulzor para rato, así que…

Sweet tangerine, will you please come back to me?

miércoles, 1 de julio de 2009

Un pedacito de mí












La señorita Betzabé me nominó a hacer esto, y considerando que el perfil del blog apenas nos da nociones de los escritores de la página, me pareció interesante responderlo.

Es algo así como siete puntos en el interior de cada uno hay un poquito más de mí.



1. Soy una caprichosa empedernida. Cuando quiero algo, lo quiero en el momento, ipsofacto. Sé que es un comportamiento estúpido como el que más, pero es algo inevitable que me cuesta controlar horrores.


2. Tengo mucho aprecio por las canciones de Ron Pope, a pesar de no compartir su religiosidad y amor por Virginia (más que nada porque no he estado, que si no seguramente lo tendría).


3. No hay nada que me satisfaga más que pasarme una tarde entera deleitando las palabras de la señorita Austen, soñando con que recorro los parajes de Chamonix o abrazando a Teddy tan fuerte que se le sale el algodón por los ojos.


4. Sufro trastornos normales de la edad. Algunos me dicen que estoy loca por ello, pero no soporto que la gente se intente calificar de especial por el hecho de pasarse más de la mitad del día llorando. Admito que soy demasiado sensible, a pesar de no encontrarme del todo mal, las lágrimas se me desbordan por los ojos con suma facilidad. Además, enseguida me pongo a sofocarme y no puedo ni hablar con normalidad.


5. Muchas veces me obsesiono con que puedo dar más de mí y que me limito a lo mínimo. Por ello me considero demasiado perfeccionista, pero muy patosa. Lo mismo voy por la calle y me tropiezo con una piedra que sobresalga un poco.


6. La timidez me puede, aunque cuando me sacas un tema que me interesa y me he soltado un poco, no paro de hablar. Me gusta analizar a las personas antes de entablar conversaciones con ellas, por eso pienso que es preferible escuchar.


7. No tengo ningún hábito insano. No me gusta ni el alcohol, ni el tabaco, ni salgo por la noche –a pesar de que esto no sea insano-. Si alguna vez salgo, a las ocho menos cuarto tengo que estar en casa.

viernes, 26 de junio de 2009

Pompas de canela














¿Alguna vez lo has probado? Abarcas todo el aire que hay en un kilómetro a la redonda, tienes el pecho henchido de tal forma que parece que vayas a explotar en millones de pedacitos caleidoscópicos, los ojos completamente cerrados con cremallera y los músculos tan rígidos que sientes cómo el proceso homeostático ha cesado hasta quedar reducido a una completa concentración en tu respiración.
Entonces soplas. Tiras todo el viento en forma de irisaciones y fulgores que van volando por encima de tu cabeza. Levantas la vista para contemplar cómo la mayoría se alejan, y cómo otras perecen en el intento de llegar a la exosfera. Y en cada una de ellas había un grito, un etéreo hálito de esperanza confinado en cada pompa de jabón, para comunicarle a las nubes que te sentías demasiado llena de aire, de omnisciencia sempiterna, y que llegaría un día que simplemente serías sustancias volátiles con olor a canela.

domingo, 21 de junio de 2009

Transplante pulmonar




















Si te digo la verdad –y con verdad me refiero al hecho de no soltar una mentira al menos al finalizar cada frase-, llevo enferma desde los dos últimos años. Tengo fiebre con convulsiones constantes, dificultad para respirar como solía hacerlo (que me tragaba las pelusas de tus mentiras, pero resultaban ser soportables), dolor en el pecho (sobre todo al inhalarte) y una tos con flema e incluso con sangre.
Sigo entre las sábanas asépticas de la inconsciencia, que me arropan con el permanente deseo de no volver a verte aparecer. Por eso no te comuniqué lo de mi enfermedad; porque, al fin y al cabo, cuando tu autómata figura es identificada, se me altera algo allá dentro, por la calle intestinal, donde hacen un nudo Windsor que me acongoja por completo. Me toco el abdomen, por si acaso noto algún revoloteo o agitar de alas pertenecientes a algún insecto. Pero me topo con que no hay nada, no se mueve ni una célula. Todas estáticas, sin realizar ninguna función que haga que entre en calor, provocándome una pulmonía crónica que no se cura desde finales de enero.


El diafragma se me vuelve de gelatina de fresa, el vaho se comprime en algún recoveco de mi garganta y la temperatura va descendiendo violentamente, hasta que tú sueltas algún gesto con la cabeza –como intentando golpear un balón imaginario-, y toso con fuerza. Mi organismo intenta expulsarte de alguna manera, se suceden las contracciones espasmódicas repentinas, la liberación descontrolada de todo el aire que sabe a tu presencia y el agotamiento final, que consigue que me dé por vencida, y que termine respondiéndote con una leve sonrisa blanca, por si lo interpretas como una retirada a tiempo en la batalla que se disputa en mis pulmones.

miércoles, 17 de junio de 2009

Básicamente lo mismo
















Me apunté en la libreta con cubierta de color pistacho y con tinta de mi pluma estilográfica que a los capullos como tú me los merendaba a las cinco menos cuarto. Pero ya sabes que la tengo guardada en un cajón, y que no la abro por miedo a que la tinta se me meta debajo del miocardio.

Y, cariño, recuerda que me estás matando. Matar… Sí, bueno, aniquilando. Jane también me va descomponiendo poco a poco, y el señorito Lefroy se las trae. Él era un capullo, ciertamente. Un zoquete sin escrúpulos que no conocía los límites del decoro, un flamante-sonrisas que te deja con el labio inferior pegado al parqué. Ella se refugió en el consuelo de las palabras, y yo… ¿a qué me agarro? Al dolor de los párpados, el que se tiende sobre las arrugas de los recuerdos, y que chorrea por las pestañas hasta que sigue su trayectoria por la mejilla. Me acomodo a él, me agarro al pensamiento de que existe, y entonces se convierte en costumbre; y las costumbres no duelen, así que es la monotonía quien pesa más que el dolor. Se cae en la cuenta de que se trata de básicamente lo mismo, el mismo daño desde distintas perspectivas.

jueves, 11 de junio de 2009

¡Colonicemos el protectorado bipolar!

















Sabía que cada día era un boquete más en mi propio muro de Berlín, mi bipolaridad iba traspasando las fronteras que éste cercaba cuando apenas sabía contar hasta tres, y hoy está más roto que mi propia sensatez.
Amanezco entre la inmundicia de cualquier pecado capital, con la ceguera de una noche de tajada sugestiva, completamente desnuda por fuera –como si me hubieran derretido los harapos a escupitajos-. Y no te quedaba nada más que arrebatarme la poca dignidad que mantenía sujeta entre las piernas, juntando las rodillas tan fuerte, que en cualquier momento se me iban a formar dos senderos acabados en uno solo.
Pero yo no soy enfermiza y débil, ¿sabes? Sólo que mi perdición son los bombones de praliné con trocitos de almendra incrustados, y para mí el mundo es como una inmensa chocolatería belga. Quiero probarlo todo, saciarme hasta coger un empacho y una saturación de cacao. Pero luego siempre acabo volviendo a ti, mi pequeño caramelo de limón. Al principio eres algo ácido, pero después te amoldas a la forma de mi lengua, y eres bálsamo para toda costra y pústula que hay en ella.


P.D: Betzabé, no puedo comentar en tu blog, no me deja. Pero gracias por haberme nombrado en la preciosa actualización, pequeña :)

lunes, 8 de junio de 2009

Fotografías desde el cielo de canela


Hacía un frío de mil demonios que resquebrajaba las costillas y te imponía un miedo a respirar. Podía percibir la canela, incluso el débil rastro de las mandarinas, que se iba alejando conforme daba un paso más en dirección hacia los cerezos olvidados del jardín de atrás.
Tú brincabas por cada vertiente rocoso, incluso aquéllos cubiertos por papeles cebolla de color verde oscuro –o comúnmente llamado musgo-. Ibas demasiado deprisa, a mí el viento me comenzaba a cortar hasta el sudor que perlaba de mi frente. Y susurraste: “No nos alcanzarán. Nadie es capaz de fotografiar el horizonte. Así que no nos alcanzarán.” Pensé que tú eras uno de aquellos ángeles sin alas, que un día se cayeron por casualidad de la exosfera, donde la codicia terrenal no lograba siquiera a tocarte los dedos de los pies. Pero te largabas, volabas demasiado alto como para que los pequeños querubines pudieran siquiera poder vislumbrar el aleteo de tus pestañas.
Hacía un frío de mil demonios que resquebrajaba las costillas y te imponía un miedo a respirar. Podía percibir la canela, incluso el débil rastro de las mandarinas, aunque esta vez no había jardín de atrás.

martes, 2 de junio de 2009

Ruina sin acorazar




















Daniela va haciendo “eses”, por si algún día se topa con la infranqueable realidad que haga que se desmorone por dentro. Aunque ya está en ruinas, y quizás sólo sea darle un par de patadas más a un obelisco hecho trizas. Tiene huecos y jirones por todos lados, está tan rota que no se considera ni de tercera mano.
Le dijeron que se largara a Chamonix por unos cuantos días, donde el aire es claro y diáfano incluso cuando estás en el fondo marino de tu estado de ánimo. Pero ella no quiere, pues no se encuentra a sí misma. Se abraza muy fuerte, al lado de la alfombrilla azul cerúleo, intentando tocarse con la punta de los dedos la mano contraria, pero las falanges se le empequeñecen, y todo acaba siendo una burda escena de circo, digna de un largometraje humorístico, una tira satírica o de una cita de Groucho Marx.
Ahora se sigue buscando en el espejo desgastado y añoso, moteado por gotitas de agua a rebosar de cal, con ayuda de las polillas zurdas que se comen al propio cuadro de su imagen, el cual le impide ver más allá.

sábado, 30 de mayo de 2009

Puntitos de luz que resultaron ser farolas


Yo sé que es de idiotas, todo el mundo es consciente de que no hay más desdicha y miseria que la que uno quiere conservar. A mí me gusta mantenerla asida incluso cuando la ocasión no lo recomienda, y me estoy volviendo una drogadicta de los cambios incesantes. Creo que a una la hace sentirse segura, y no la obligan a tener que recurrir al etanol para ahogar a las sombras grises. Es mi salvavidas personal, con un yunque atado a un extremo. Llega un momento que estás tan hondo, que nada puede hacerte caer más abajo. Ni siquiera la marea es capaz de regresar con las autómatas siluetas del pasado, ellas ya se han cubierto de arena contigo.También inflo globos de helio comprimido y algodón de azúcar. Me los anudo a la cintura y asciendo hasta que la mielina de los axones se me ve completamente derretida, y me veo envuelta en un Alzheimer mundial, que hace que olvide mi nombre, mi situación, el color de las hojas de los árboles y cómo ulula el viento.
Pero antes de todo –es un paso primordial-, debo de preparar todo en un pequeño saco rojo (ya sea en un viaje marítimo o nebular). El bote de mermelada de naranja amarga, con la tapa a cuadrados rojos y blancos, que deja el regusto acre por los bordes de la misma. También viene conmigo el pequeño osito aviador, con su chupa de cuero, y el gorrito agujereado para que sus orejas puedan respirar con normalidad. Proviene del aeropuerto de Londres, y sabe de qué va la cosa cuando se trata de volar. Las semanas que toca hundimiento, le presto medio pulmón; y él me sonríe, mientras los arrecifes se reflejan en las pequeñas bolitas de ébano que tiene incrustadas en el rostro.
Yo sé que es de idiotas, la gente piensa que estoy para que me encierren –lo cual no comprendo, pues ya estoy encerrada-. También soy un monstruo y algunas cosas que Teddy me ha prohibido terminantemente nombrar. Pero él aún no me odia, y eso es un punto a favor.

lunes, 25 de mayo de 2009

Sin dueño y sin reino



Recuerdo que hacía un frío de mil demonios, tú girabas la cabeza en dirección a la nada, y yo perpendicularmente hacia mi futuro. Los dos ausentados del mundo, en permanente estado de alienación, intentando mantener las retinas secas por el viento, sin pestañear ni una vez. Lanzaste un apelativo al aire, pero éste se lo llevó, y se fue perdiendo en las manzanas de la ciudad, como el eco de los príncipes desheredados; o, mejor dicho, de aquellos sin reino. Oí tu reverberación, porque incluso ésta se escuchaba en mis sentidos desarraigados, y juro que era música redentora que hizo temblar hasta el desierto de mi pabellón auditivo, que llevaba años masticando chirridos inaguantables.
Mantuvimos una conversación de éstas que no llevan a ninguna parte, indagando en la política del país e intentando definir el grisáceo color de tu iris.
Estábamos atados a esa vulgarización que se perpetuaba día a día, y acabé aborreciéndote al cabo de tres noches. Fui abriéndome paso entre tus quejidos, aspirando el aire con pelusas de mis anteriores amoríos, expulsándolo mediante pequeñas bocanadas, ahogándome entre ese gustazo de no ser nadie por no tener complemento alguno.
Se pasó rápido, pronto volví a saborear con deleite la amargura de ir yendo por las calles con la mirada perdida, pudiendo pararme donde me daba la santísima y real gana; además de ir contando las baldosas amarillas que recorría cada domingo libre, cuando mi corazón está tan vacío, que a una la hace sentir llena.

lunes, 18 de mayo de 2009

De la bañera al colchón















Contacto físico experimental.
Algo que llene tanto como para saciar la sed que tengo de conquistar fronteras intransitables de los circunflejos de tu espalda, navegación por el dorso de tu mano forjada en vaselina desgastada, recorrer con minuciosidad la zona de tu cintura mientras me retracto en la posibilidad de hacer descenso por los recodos de tu columna. Pero las manos se me empequeñecen, tu cuerpo se vuelve demasiado intocable para las yemas tan sucias que la genética me ha dado y me abrazo a mí misma por miedo a volverme loca sin el acercamiento de algo menos frío que la mampara de la bañera.
Agarro con fuerza el agua, intentando pellizcarla una y otra vez. Hasta que consiento que ella se resbale por mi cadera, y se pierda con el resto, para que al menos ella disfrute de la compañía que se merece.
No quiero resignarme a la idea de que no existes, de que lo único que nos queda es tu recuerdo y unas fotos en blanco y negro por tu amor a la saturación. “Qué idiota”, pensarás. Y te entiendo, porque a mí me dice alguien que se ha comprado el champú que yo utilizaba para olerlo cada noche y cada mañana, que tiene enmarcadas las cartas que escribía para que sigan intactas, que va cada sábado al banco de siempre para representar tardes ya pasadas, y supongo que yo también le tacharía de loco maniático que no acepta que el río desemboque en un mar de cenizas.
A pesar de eso, me sigo desmayando en la cama para pensar que las sábanas son tus brazos, y que el óxido del recuerdo aún no me ha producido un tétanos por ti irremediable.

P.D: Porque fue este año cuando supe de la existencia de tus célebres palabras, y qué menos que dedicarte como mínimo un pequeño rincón en esta libreta de palabras virtuales. Como tú decías: "Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida", y tu síntoma será recordado por toda la historia de la literatura y en el estuche de los recuerdos que guardo en mi cajón.

Descansa en paz, Mario.

sábado, 16 de mayo de 2009

Serrín celular


Y esto de estar andando con los pies en otra parte, a una la mata poco a poco. Porque yo no te veo, ¿sabes? Pero consigo oler cada sustancia volátil que aún permanece asida en el dorso de mi calcetín desgastado. Un paso en la Tierra son kilómetros recorridos en la superficie lunar de tu retina.
Me siento con la mirada perdida, por si consigo divisarte en lo no visible, pero me es inútil. Entonces me califican de dormida, y yo les sonrío, porque a todo el mundo le agradan las sonrisas, y supongo que a ti también te gustarían en labios extranjeros. Pero hay días en los que ni la mueca de la carcajada se vislumbra en la comisura de la delgada línea que separa la realidad de la mentira, y entonces alguien te suelta un “¿Qué te pasa? Sé que te pasa algo, enseguida te lo noto”. Claro, a ver cómo le explicas al compañero de toda la vida, el cual no ha puesto el más mínimo interés en deducir si la sonrisa de ayer era al menos un poco sincera, que te has tenido que tragar la palabrería barata y la sencilla conclusión de que eres un grano de arena en un mundo desértico. Porque hace tiempo que sólo nos rodea la insignificancia, y algún día que otro consigues ver a duras penas un pequeño oasis afrodisíaco, que cuando está frente a tus ojos no es nada más que polvo.

miércoles, 13 de mayo de 2009

I love your glasses

Le miró con el desasosiego estampado en cada pupila de ceniza.
-¿Qué posición ocupo en la lista de tus prioridades? –lo dijo rápido, intentando no atragantarse con las palabras y aparentar serenidad al mismo tiempo.
-Ninguna –susurró, sin apenas inmutarse, y comenzó a jugar con un mechón chocolate de su pelo. Enrollando y desenrollando cada fibra capilar, como si de un spaghetti se tratase, y sus dedos fueran el tenedor.
-¿Quieres decirme que ni tan siquiera me puedes dar el último puesto? Eso es muy patético –la angustia se la comía por dentro, pero no lloraba por miedo a desbordarse y manchar su vestido nuevo-. Al menos podrías haber ido con más tacto a la hora de decírmelo…
-Me gustan tus gafas –se limitó a contestar.
-¿Qué…?
-Eso, me gustan tus gafas. Y no importa si están sucias, si tienen una mota de polvo en el cristal, si con el tiempo pasan de moda y acaban en algún escaparate de viejas antiguallas, o si alguien las chafa y se fragmentan en mil añicos. Seguirán siendo mis gafas favoritas –dejó de juguetear con el pelo y deslizó la yema del dedo sobre la clavícula de Nadia-. Ah, y no eres una prioridad en mi vida, de ésas tengo muchas. Pero tú eres única, así que tan sólo puedes ser calificada de necesidad.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Ducha matinal














Un amparo bajo el montículo de tu espalda espumosa impregnada en gel de Deliplus, con las burbujitas chispeantes y adúlteras del silencio de mis gemidos.
Dos o tres sonrisas de plata manchadas en células de mi epidermis, que segundos antes has desgarrado con la saña y el temple de un hidalgo de la Mancha.
Las constelaciones pecosas de tu cintura, con aquella trampilla mía que baja como caminito de baldosas amarillas hasta debajo de tu ombligo.
Y aun así y todo, me dejas con sed de sacarte las entrañas a embestidas, de jugarme la vida a que todavía queda más noche de la que la luna es capaz de entregarnos a escondidas.

jueves, 30 de abril de 2009

Duracell salinas















Tengo ganas de domesticar el temor a romper el techo de planificaciones cotidianas, de pensar que ya no te quiero, que todo esto es una farsa.
Dejar de ser el aguacero de aguas cambiantes, trepar por la escalera del auto-convencimiento –con los escalones de dos en dos- y no ser una uña carnada que produce dolor a la cutícula más sensible. Decirme a mí misma que soy jodidamente feliz, que el adjetivo sí existe (por mucho que la gente se empeñe en rechazarlo) y que ahora no pierdo el tiempo intentando autorretratarme en unas pocas líneas. Que es la arena de la adolescencia la que me empaña las pupilas, algo pasajero y momentáneo, como la batería de las pilas.

viernes, 24 de abril de 2009

Caleidosférico



















No hace mucho, los signos que pululaban por mi anillo vital no eran más que papeles en botellas de cristal, aquel tipo de palabras que no te hacen pensar. Pero ahora, aunque sea el nombre de una ciudad, una fotografía lomográfica, una canción con un balance de blancos amarilleado o una jaqueca del raciocinio que me vuelve loca, pierdo los papeles que estuvieron agarrados con chinchetas, y cabe la posibilidad de que me hunda en un mar de aceite caducado.
Mis ojos están en modo saturación, en un formato que no admite sobresaltos ni un latido de corazón de hojalata a bocajarro. Además, ya no hay olor a tulipanes recién cortados, ni a azahar(a).
Porque cuando te quitan todo y te quedas con el polvo del álbum de los recuerdos, no te queda más remedio que intoxicarte con él y espolvoreártelo como el azúcar glas.

miércoles, 15 de abril de 2009

Di que soy un pájaro


Llovía a cántaros, se formaban aguaceros a cal y canto –con un principio definido y un final alternativo-, sobre la cuerda floja que delimitaba la entelequia de la cordura propia del día a día. Y unas gotitas colgaban del filamento, con la cabeza más gruesa de tanto vacilar, y con los pies en (Tembleque), por no saber si soñar o volver a la cruda realidad.
Una quería ser astronauta de cualquier metrópoli del mundo, otra deseaba dejarse caer con fuerza para desprenderse de la propia esencia y evaporarse de tanta sed de sentimientos; la última quería ser corriente de agua, afiliarse con alguna organización como pudiera ser la de Kallipolis –natación sincronizada, que no ciudad ideal-. Tanto egoísmo había por parte de cada una por conseguir su meta y fin pautado, que se quedaron allí sin poder moverse, con una planificación inservible y la resignación a ser una simple porción de líquido preciado.

miércoles, 8 de abril de 2009

Cerezos de abril


Giré la vista en una dirección perpendicular al cerezo (de Abajo), y entonces perdí la orientación sin quererlo ni buscarlo.
Fui huyendo paulatinamente, entre piedras y guijarros mojados, con una fina película musgosa. Ninguneando a cualquier viandante que intentara cruzarse con mi mirada, especialmente con la tuya. Intenté alcanzar con la punta de mi pelo un trocito de cielo sideral, pero me era demasiado lejano, y me tuve que conformar con la ilusión fotografiada de que lo conseguía. Soñé en nubes inconsistentes de tiza, retozándome con sus vertientes para desdibujar tu nombre incompleto en cada recodo no invadido por éstas; la aprensión por releerlo una vez más era suficiente para atenazarme y no acabar la última letra.
Las piernas flojeaban por tener que soportarme sobre aquel tronco añoso y desproporcionado, así que seguí balanceándome un rato más, mientras tu recuerdo discurría por la superficie de mi clavícula, y yo intentaba (infructuosamente) desprenderme de él a toda costa, lanzando indirectas a la hierba bañada en rocío primaveral.

domingo, 29 de marzo de 2009

Dulce perdición



Compré un tarro de mermelada rellena de naranja amarga. Ni siquiera me gustaba, no tenía ni un ápice de apetito; pero, a pesar de todo, la compré.
Quería escabullirme de lo dulce, de aquella masa pegajosa de praliné con trocitos de almendra bañado en “chocolat” negro, de aquella manteca de cacao que sobrepasaba el límite hipocalórico que podía ingerir en lo que llevaba de día.
He invertido demasiado tiempo en amarme a mí misma, y tengo que ergonomizarme en facturas amorosas plausibles para el corazón; necesito adaptarme a toda esta contaminación que taladra el intento de respirar, a bocanadas diminutas y contando el flujo de componentes de la nomenclatura química, para que no me dé un ataque por no saber en qué terreno me meto.
Una vez he deglutido unas quince cucharadas, ya no hay amargor ni acritud, tan sólo queda la añoranza a los bombones de caja roja, concretamente al blanco, el que más engorda y el que no se trata estrictamente de chocolate. Pero es tan dulce, que en todos los sentidos me recuerda a ti.

domingo, 15 de marzo de 2009

Domingo insípido


Yo me perdería entre los dejes de alcoholemia, me enzarzaría entre las motas de polvo del infinito firmamento, me bebería todo el mar Egeo para saciar mi dichosa sed de supremacía; pero quizás acabara con los poros de la piel hundiéndose como diminutas musarañas, escrutando entre mis órganos y hundiéndose en mis entrañas.
Yo me lijaría entre pedruscos de montaña, entre vertientes salinos de aguas de playa, me perdería como navío a la deriva entre sodio amargado y arena fragmentada; pero quizás terminaría con los pulmones encharcados de tanta pena en solitario, con las fosas nasales desquiciadas por tanto viento huracanado de indignación conmigo misma.
Yo me comería cada gota de dignidad, me llenaría de ostentación y brindaría por la magnífica libertad, hasta que mis párpados como losas se desplomaran, y cayera cuan larga soy en el colchón, extenuada.
Yo enriquecería la ensalada de mi vida, la aliñaría con aceite de oliva virgen extra, le añadiría unas cuantas cucharadas de chispas y agua mineralizada; pero seguramente pasaría lo de siempre, que retomara el círculo anual de la decadencia, para no dejar de sorberme los sesos con los mismos temas.

martes, 10 de marzo de 2009

Juliet


Creo que volví a dormirme pensando en sus pasos, en mi cabeza apoyada sobre el pupitre, cuando decidí comenzar a relatar todo esto. La verdad es que necesitaba escribirlo –qué extraño es escribir en pretérito siendo ahora presente, el momento exacto donde relato-, exigía esfuerzo, algo de control sobre mí misma, un poco de autodominio para no manchar el papel y formar un aguacero de palabras. Quería hacer una historia donde poder salvaguardar mi vida, donde poder palpar cada hoja, respirar el olor a tinta de bolígrafo y, en caso extremo, romper cada renglón a retales, para asegurarme de que el recuerdo no permanecía por el mundo.
Me parece que quiero decir tantas cosas, que me remonto al hecho de no poder calcarlas, y eso forma otra página más, con unos verbos sobrantes, ir juntando pedacitos de un lado y de otro, haciéndolo más ameno e intentando verlo desde una perspectiva distinta a la propia vivida, y ya lo hago más mío que tuyo.
Ahora sucede, sucede que no es más que una yuxtapuesta solitaria, sin unión ni nexo alguno. Todo esto se basa en un intento de mantener intacto tu llano recuerdo, que más que escueto es algo liviano y sin adornos, pero yo lo pongo todo en exceso, porque soy una ninfómana desesperada por tu vida, por cada retazo de ella, cada fragmento de fecha ya caducada.
Es lo que tiene ser una Julieta del siglo XXI.

domingo, 1 de marzo de 2009

Nadie dijo que fuera fácil


Ahora es un leve desprendimiento de nombres de la cabeza, un tirón de recuerdos para sonsacar toda información contenida, la emboscada contra la euforia pasada, el retiro de los sentimientos vigentes que acabaron por perderse en guerra corporal (mundial). Y las cuerdas de la inmutación me controlan por puro placer de alevosía, contra la propia querella entre ayer y hoy.
Lo que en un principio resultó pura satisfacción, ahora no es más que lío de cuerdas sobre qué tiempo de verbo escoger. Tú eres el pretérito, y él fue el condicional de modo subjuntivo. No es un corazón amputado y mutilado, sino tierno, y supongo que a la vez bastante deshidratado. No tenía pensado ponerme un gotero de compasión y pena, a la larga habría una carencia donde la pieza no entraría ni con grasa vegetal. Y a la vez está esa lógica, que tienta a una pérdida de cordura, y esa alienación imposible, tan inalcanzable que ni siquiera puedo ver más allá del intento de esconder el significado detrás del amasijo de frases, y es que alguna se cuela, y son ésas las que más duelen, las que se clavan como espinas de rosal, las que dejan huella, y jamás se van.

viernes, 20 de febrero de 2009

Secuencia diaria


Cierro. Tan fuerte que los párpados se juntan con la barbilla, y se abrazan mutuamente, forman aguaceros de cerrojos y candados a cal y canto. Por la comisura pasan cremalleras, carreteras de alquitrán ensangrentado, con franjas desigualadas y desmedidas, con grietas de no rozar con algo menos común que la almohada de poliéster.
Abro. Las órbitas desorbitadamente con proyección en el objetivo circular, como hipnotismo de rueda seductora, desalmen las corazas de acero, mengüen las pupilas de cristal.
Chocante. Sólo eso y nada más.

viernes, 13 de febrero de 2009

Enfermizamente adorable


Te diría que me molesta, que las entrañas se me corroen con sustancias químicas y las frotan con estropajo hasta la saciedad, que esto se ha caducado y no encuentro la etiqueta que me lo afirme y me lo deje claro, que en diminutos trozos de hemoglobina la sangre se me ha cristalizado.
Y contando con que mañana es fecha de almas difuntas, hoy noto como si mi aliento se fuera también, y no necesito que se me plante un chaval con máscara y cuchillo, como para quedarme lívida y que la espalda sea carretera de un dichoso escalofrío.
Porque para decirte eso, quebrarme el cerebro todo el mediodía, para que se quede en una simple palabra monosílaba, para eso, mantengo conversación con la suela de mis zapatos. Les digo lo que pienso sobre este período virulento (¿o acaso no es verdad?), les suelto mil pasiones, cien palabras y me pongo a llorarle a la almohada un ratito más.
Por tener miedo, me provoca turbación tener que cerrar los ojos para verte como quiero. Y el calor (congelado), de ayer, es frío de hoy y de mañana. Porque, cariño, que te has dejado la ventana abierta, y no hay manera de cerrarla.
Maldito genocidio de porqués y de razones, no alcanzo a salvarlos todos de una y recopilarlos en una cajita como hago con tus textos. No soy dura, soy más frágil que un trocito de algodón; eso me repatea, aunque parezca que no.

Dios… ¡Debería estar enfadada! Pero me temo mucho que hoy, como otros tantos días, mi mente habla, y mi boca calla.

sábado, 7 de febrero de 2009

Nada es para siempre


¿Lo eterno es posible? Quiero decir que... Quizás sea más fácil de lo que imagino, y la palabra siempre fue sinónimo de factible –perennemente dándole el sentido vital, por supuesto-. Vale, sí, nunca seremos los mismos, y nunca nos bañaremos dos veces en el mismo río. Pero una cosa es cambiar, y otra muy distinta digievolucionar (el término en sí me parece realmente divertido), que más que evoluciones a algo mejor, parecen retrógrados pasos a algo inferior proveniente del subsuelo.
También es todo distinto, matizando entre grises, porque lo negro y lo blanco jamás fueron de mi total agrado.
Insuflando canicas recubiertas de espejitos con chinchetas, descubrí que así era mi mundo, como una bola amorfa (manteniendo siempre su inicial estado de indefinida composición), la cual se hallaba revestida de guijarros puntiagudos cuyo filos se me clavan cuando salto más allá sin abrir los ojos demasiado. Mi esferita es la Tierra, el geocentrismo su postulación.
No me quiero ir por los laureles, que la cuestión es lo sempiterno. El caso es que… La palabra suena bonita como tal, pero en otros significados se puede volver espantosa. Porque alejarte sería todo lo contrario, y dejarme con la miel en la boca, canturreando lecciones otoñales, cuyas palabras se desprenden del papel, y se adosan a mi pelo. Y ahí se quedan, enmarañados permanentemente, ¿sabes por qué?Porque huyen. Huyen como tú, como yo y como todos ellos. De lo eterno y aburrido, de que te hagas tan crucial en mi vida, que no pueda desprenderte de mí.

jueves, 22 de enero de 2009

Eh, chaval, bienvenido al club



Demasiada paciencia tendría que abarcar para alcanzar a sentir todo lo que siento. Tantas sonrisas que quizás fueron almas sin futuro, indagando entre pequeños sueños de violetas en polvo y suspiros en seco. Son incontables y abundantes en su mayoría, pero dime tú, ¿para qué yo los querría? Teniéndote a ti, como el rayo de Sol que por la mañana se infiltra en esta rendija empedernida por dar luz y amparar un despertar incierto, como el reflejo de la luna -vanidoso en la superficie, deleitando tus pupilas- que noche fría de invierno obsoleto y desterrado, dio su empeño en ser algo más que una ilusión de velo plateado.
Y es que no te das cuenta, pero quizás tu tiempo ha expirado, ha llegado a un fin nada deseable, y con él, al futuro lo ha ahogado. Eres víctima de luces y sombras que se envuelven con tenacidad, eres producto de desasosiegos y penas en cantidad.
¿Que cuánto hay que pagar por sueños? No son rentables ni vale la pena reparar en su precio, pues cotizaban en bolsa y cada año bajaban un quince por ciento.
Así que deja de aguarme la fiesta, y ven a la reunión de los desamparados, donde el alcohol no existe, ni tampoco guirnaldas ni espumillón. Donde las perspectivas emulsionan con paciencia y con amor, esa paciencia que tanto faltaba, y que hoy; ha tomado parte de esta maldita rebelión.

miércoles, 14 de enero de 2009

La melancolía, 100% algodón, a ver si encoge


Mi pulóver turquesa estaba despeluchado, pero poco importaba ya. Desprendía olor a tizne polvoriento, y las bolas de naftalina que guardaba en el cajón lo han convertido en aval industrial. Me lo enfundo, me lo saco, lo tiro en el edredón de la cama, lo piso, se restriega con las pelusas de mi aparador y les echa una carrera, es atacado por polillas impías… Qué lástima, yo que pensaba que era una de esas cosas en la vida a las que hay que cuidar.
Ayer vino mojado, creo que tenía escrito en la etiqueta que había que lavarlo a mano, y a alguien se le ocurrió meterlo en el centrifugado. ¡Será posible! Pobrecito, te prometo que mañana te guardaré entre prendas de seda y camisetas de algodón, pasarás la noche calentito, aunque de tanto olor a suavizante, cogerás un colocón.
Porque, bueno, quien dice pulóver, dice corazón.

jueves, 8 de enero de 2009

La cosa tiene su juego



Titilantes y a su misma vez tácitas palabras vomitaron tus labios, en intentos descontados que sin duda fueron en vano. Debería de haberte dicho que firmaras el tratado con tinta de sangre, cubilete de argumentos y pluma de valor. ¡Y eso era lo que me faltaba! No fui (cambié deliberadamente sin lugar a posible opción) aquello que tuve que ser, cargarás con la culpa de mi propia purga para acabar en algo mucho peor.
Sabes que lo odio, me duele, que es como una pequeña astilla que recorre distancias entre huesos y cartílagos hasta encontrar el punto donde explote en mondaduras blandengues que me hagan de gelatina y me incapaciten para escribir más. Y si no sirvo ya ni para esto, no me pidas que intente razonar. Te lo he repetido incesantes veces, y aun así esto te parecerá a chino y retahíla de palabras mezclada con sorbete de inconsciencia y de tontería agitada (no removida).
No lo llamaría perder, no quiero precipitarme y perder los papeles. La palabra es… Cristalizar.
Sí, eso es. Me vas cristalizando, me fragmentas poco a poco, y coges cada jirón cuando te es necesario y oportuno, lo rompes en más, lo despedazas, haces con él lo que te da la gana. Y es que, no te das cuenta, cielo, pero llegará un momento en el que ni tú mismo podrás rehacer ese puzzle.
Un puzzle hecho con piezas de mi esencia, que a veces reconstruías con delicadeza, pues no importaba la distancia o fuerza con la que lanzaras las piezas, siempre acababas localizándolas.

Pero, quién sabe, quizás mañana alguien te las haya robado y haya construido su propio rompecabezas. Aunque ese alguien no exista, y sea producto de mi imaginación.

domingo, 4 de enero de 2009

Juego con rojas


Eh, vida mía, ¿echamos una partidilla? Pero no como siempre, de ésas donde las victorias se clamaron a los cuatro vientos para que algún alma en pena abriera el sentido del oído –y ya de paso el de la pena en gracia-, te animara con unas cuantas palabras de quita y pon, para después volver a reincidir constantemente en la derrota continua, que llama a tu puerta como quien pasa por casa de la vecina del cuarto. Hoy es diferente, hoy la derrota suena en silencio, y sienta incluso peor que cuando tiene público incondicional, y es que tan sólo estoy yo para presenciarla, así que suena más amarga de lo que ya era en un principio; me parece que los demás se han largado, ponían una reposición de otra vida más sugestiva que la mía, aunque eso no es muy difícil.
¡Maldita sea! Llevo con esta ficha dando vueltas como una imbécil al tablón de juego, y se ve que al ser mi casa roja, soy más que daltónica y no diferencio cuál de todas es. Pero eso no es ninguna novedad (bienaventurada la palabra), a mí me pasa siempre, estas cuatro paredes no se pueden denominar hogar, y mucho menos me siento relacionada con todas estas risas desperdigadas por el mantel de Navidad, con turrones de Jijona y con las copitas de champán.

Pero puestos a arriesgar, lo que haré será reservarme mis tres fichitas rojas, por ver si pasa la verde esperanza y zampármela antes de que se me escape para siempre, que según las coletillas populares, dicen que lo último que se pierde es la ilusión.