martes, 19 de octubre de 2010

I don't mind if you don't mind

Supongo que es una de las cosas que más me atraen de la vida. Y mirarnos a ti y a mí, y sentir que todo puede cambiar en un solo instante y que el tiempo ya no regresará, y que tú y yo, los de antes, ya no somos los mismos. Toda esa sensación al respirar, que cuando exhalas e inspiras de nuevo otra bocanada de aire ya no te sientes la misma persona, y todo este proceso de cambio que se cierne sobre nosotros. Y entonces te preguntas si alguna vez realmente te has conocido, o si hubo un momento en el que dejaste de respirar por miedo a continuar cambiando. Porque si es así, en ese caso, todo esto parece muy surrealista.

martes, 12 de octubre de 2010

Give me to a rambling man

A mí los otoños me gustaban porque sí. Y podría haber dicho que era por las hojas en el suelo –con sus crujidos al pisarlas-, por los pulóveres de quita y pon, por los cielos encapotados de las mañanas o por los aires del norte; pero habría sido una mentira como un iceberg. Las razones a veces habían de dejarse aparte, tal y como solía decir Gaspard.

Pero aquel otoño fue horrible, de veras que sí. No me dejaron pasar la noche en la clínica. Y sí, que bien cierto era aquello de que no soportaba el olor a hospital condensado –con todas aquellas hileras de sillas simétricas y la gente de avanzadas edades, lo cual le aportaba todavía más aspecto de enfermizo si cabía-, pero no me habría negado a acompañarle en noches como aquélla, en las que el otoño parecía cernirse como con garras de cuervo sobre el jarrón con petunias que le había comprado su madre en la floristería de La Rue Montorgueil. Apenas contaba con la edad de veintiuno y ya vivía en un pequeño apartamento a unas manzanas de la clínica. ¿Y qué iba a hacer yo con toda aquella incertidumbre durante en noches como aquélla en las que el otoño parecía cernirse con garras de cuervo?

domingo, 3 de octubre de 2010

Aquéllos que no supimos hablar del mañana

Pasarnos horas y horas tarareando canciones de los 80 que nunca pasaron de moda a nuestros oídos. ¿Te apetece venir esta tarde a sentir que el mundo gira pero que nosotros sabemos hacerlo todavía más rápido? Ven conmigo y siente que viviremos para siempre. Ya no hay amaneceres que valgan cuando se trata de eternidad, sólo la firme convicción de que no pasará ni un segundo más. Dame la mano y olvida todo lo demás. ¿Puedes oír cómo sopla el viento a tu alrededor? Nosotros sabemos gritar más fuerte que él. Ven conmigo y siente que viviremos para siempre. Vamos a cortar el aire con mi Renault Florida; estamos a principios de mes y tengo el depósito a rebosar de gasolina. Aprenderemos el lenguaje del silencio para pedirle que se calle y que deje paso a nuestras voces. ¿Alguna vez has tenido dificultad a la hora de pronunciar un “adiós” demasiado definitivo? Entonces no lo dudes, cariño; ven conmigo y siente que viviremos para siempre.




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