Sus
pensamientos apenas le permitían leer. Si comenzaba un párrafo, allí estaba el
recuerdo, terco e incansable. Incluso al anudarse los zapatos o cuando se
despertaba en mitad de la noche, empapada en sudor y acurrucada sobre sí misma
por los cólicos que el alcohol le provocaba, allí anidaba el pasado, turbio
como el agua de río que arrastra arenisca. Y yo la veía tiritar, como un animal
extraviado, con parálisis del sueño que rayaban la locura y que le hacían
buscar el calor de la almohada. Calor propio. Ni siquiera el canto de los
pájaros al día siguiente conseguía calmarla. Se resguardaba en el silencio de
un desayuno demasiado copioso para tan poco cuerpo. Cuerpo roto y desahuciado.
Porque el alma había huido, o acaso la habían echado.
Ringsum ist Felseneinsamkeit.
Des Todes bleiche Blumen schauern