miércoles, 31 de diciembre de 2008

Días anémicos


Con la cama vacía prendida de tiniebla gris y los posos de té debajo de las pestañas como si formaran pequeños aguaceros secos que quitan las ganas de seguir degustando la vida un poco más. Ni yo me lo creo, pero he gastado las provisiones de sacarina y sólo me quedan cafés amargos que saborear.
Y mientras, fui dejando que pasara el tiempo como quien deja que el río se congele en era glaciar, menester que se me daba de maravilla. Nada me impide respirar cada segundo como si fuera el último, y a pesar de todo, me parece que hay pelusas y bozos de lana que se me quedan en la laringe. No lo aprecio, no. Antes se aferraban sutilmente a mis cordones, y allí se mecían tiernamente dichos segunditos, paseándose con aires de suficiencia y haciéndose los remolones por quedarse un ratito más. ¿Y ahora? Ahora, bueno, los veo con prisa y angustiados, no se quedan ni en la punta de mis zapatos.
Quién me mandó malgastar la sacarosa, me estoy convirtiendo en una irremediable anémica de la chispa de la vida, y no hay médico que recete vitaminas que remedien la enfermedad. No lo quiero negar, no lo hago, de hecho, pero no estaría mal destacar que este hedor a putrefacción de inmovilidad irresoluble me está hastiando hasta la médula, y llegará un momento (incierto para mi pesadumbre), en el que ya no sabré si me han pinzado un nervio o si directamente me he quedado parapléjica. Cuando ya no pueda mover un músculo más por el desgaste de mi propia esencia, pediré que me pongan goteros de renovación falsa. De estos cachivaches que empujan al corazón a latir, que lo animan con banderitas en rosa fucsia y pancartas en un intento de ensalzar sus ánimos y su valentía.
Y a decir verdad, creo que no estoy preparada para llegar a la meta. Nunca había tenido tantas ganas de quedar la última.En predisposición a perderle el pulso a la vida, pero con el miedo arraigado en las arterias

sábado, 13 de diciembre de 2008

Eyes on fire


Frío. Quemaba hasta hacer resentir la piel, como cien cristalitos que se incrustan debajo de la uña, igual que el puñal que se desvive por alcanzar tu vena aorta con tal de que no dejes de sangrar. Su contacto con el labio era peor si cabía imaginar, provocaba heridas y costras a larga duración, resquebrajaba cada grieta que ya estaba hecha por la saliva y la humedad, seguía siendo casi más provocador que estar en una piscina de sal intentando encontrar el grano de azúcar que se esconde entre los demás.
Silencio. Bajaba por la laringe hasta perderse en el fondo de algo que debiera estar lleno y donde no había más que sujetos omitidos y narradores omniscientes de una historia que jamás tuvo que ser contada. Y esa horrible sensación, donde incluso las notas de metal dicen más incluso que tus propios belfos de algodón empapado en alcohol.
El botón de salvaguardar estaba presionado desde hace milenios, y seguía allí, pues nadie cercano tenía los dedos con las fuerzas necesarias para quitarlo de esa posición. Pero lo duro era que no había nada que mereciera la pena guardar, pues consumirse en falsos deseos era perder el tiempo para acabar estrellándote estrepitosamente contra su superficie. Intentaría mantenerlo dentro, pero quema demasiado, me carboniza el intentar poder representar un papel sin el guión escrito.



martes, 2 de diciembre de 2008

Mejor que todo y ante nada


Adiós.
No, no es tan malo al fin y al cabo. No suena tan mal, ni tan despiadado, ni tan retorcido, ni desvencijado por cualquier insulto y contestación banal o despotricada, no es ni mucho menos la mitad de lo que quiere decir. Es una simple y certera despedida.
-Adiós –contestó, con aire lascivo y lastimero. A lo mejor era hasta incluso bonito, ¿no? O lo dejaremos en pasajero y partícipe de fronteras entre un fin y un principio que pueden confundirse a simple vista. Es hoja de olvido y presentación de soledad y compañía.
Pero… “Adiós, fue bonito mientras duró.” ¿En serio creíste que iba por ti? No, esa cita no, cariño. Quizás fuera otra como: “El amor es la cordillera entre mi río y tu océano, y no pudo ser”.
No lo diremos, hoy no. Yo no quiero que sea así, es más, propongo un hasta luego por tiempos aletargados. Quién sabe, mañana a lo mejor ya has vuelto con las ganas puestas a modo de chaleco y las ilusiones en forma de batín. Hasta entonces.