miércoles, 28 de abril de 2010

De aquí a cien pasos

Estamos de aquí a cien pasos, extrañándonos el uno al otro pero notándonos tan conocidos que nos es difícil hacer preguntas no formuladas ya. Nos miramos, y en realidad no encontramos nada que nos sepa a suficiente en las respectivas pupilas, porque todo está ya tan lejano, que sólo sabemos alegar que estamos de aquí a cien pasos.

¿Recuerdas cuando te propuse olvidar lo que estaba por venir? Me miraste extrañado, así que te dije que sólo así podríamos escapar de la jaula opresiva de los recuerdos, ya que daban una especie de calor frígido que terminaba por envenenarnos las ganas de vivir el presente.

¿Recuerdas cuando la luna se sostenía entre el pulgar y el índice de nuestros dedos, cuando hablábamos del arte de eternizar al otoño? Ahora sólo nos queda el ácido recuerdo, y a mí se me desbordan las ganas de –ahora sí- olvidar lo que está por venir y seguir imaginándome que no es cierto aquello de que estamos de aquí a cien pasos, sino a la vuelta de la esquina, junto al otoño que viene y a los que están por llegar.


PD: Siento tardar tanto en actualizar últimamente. Es que nunca encuentro el momento adecuado, lo voy dejando y al final pasa demasiado tiempo del que debería.

lunes, 5 de abril de 2010

¿Te cuento un secreto?








Qué bonita aquella frase de: “¿Quieres que te cuente un secreto?” Nimiedad donde las haya, ¿a quién no le gusta escuchar algo que sabe a miel y que ha permanecido en una vereda privada? Y, desde luego, lo mejor de todo es apilarlos en infinitas columnas como si de libros se tratasen. Coleccionarlos por orden alfabético y por fecha de caducidad –todos terminan por agriarse al fenecer en boca de otras personas o cuando la tierra se los traga-.

Los viernes por la tarde suelo mirarlos para ver si siguen bien. Que se me salta el oxígeno, me vuelvo ojiplática (como hablándoles a través de los ojos), con las manos torpes sin saber a cuál acariciar con recelo de que no me lo descubran, manteniendo una cruel indiferencia hacia el resto de personas que ni siquiera denotan un ínfimo interés por desvalijármelos.

Y mientras uno lanza plegarias al cielo, yo se las lanzo al secreto número doce empezando por la derecha. El no decirlo en voz alta para que no me escuchen hace que éste se revuelva incómodo en la estantería, que yo sé que tiene ganas de salir desde hace tiempo, pero me niego en rotundo.

He ahí la peor parte de los secretos, que a veces se debaten por salir a la superficie. Discurrir río abajo, por el caudal de las confesiones, y desembocar en el mar de “lo ya sabido”, donde todo sabe a célebre, y el dulzor se ha quedado en las piedras del camino. Y ya lo decía el refrán: por la boca muere el pez (y los secretos).