Se revolvió incómoda en el sillón,
ajustándose la gargantilla de plata, la cual parecía adherirse más de la cuenta
a su yugular. Cuanto más próxima se hallaba la manecilla a la cifra esperada,
más se le encendían las mejillas, se le aceleraba el pulso y se le secaba el
paladar. Comprobó hasta la saciedad que conservaba la carta entre las manos,
pues no habría resultado extraño que se hubiese emborronado el nombre del
destinatario a causa del sudor que perlaba como arroyos translúcidos por los
cauces irregulares de sus palmas. Pero ¿qué era el tiempo sino un mentiroso sin
escrúpulos? Y ella, huérfana de un recuerdo desheredado, pues no había nadie
que la esperase en el umbral. Solo la obsesión de un momento que nunca llegaría.
Porque si había alguien a quien esperaba, era a ella misma.
domingo, 30 de septiembre de 2012
Geistliche Dämmerung
viernes, 21 de septiembre de 2012
Three summer days
Me miró de soslayo, torciendo el gesto mientras
giraba sobre sus pequeñas bailarinas de charol. Esperaba mi aprobación, pero yo
me tragué las palabras y le di otro sorbo al vaso de cristal. Afuera el otoño
arrastraba la hojarasca de la acera, llevándose el polvo de un verano donde no
hubo más que sudor de trabajo en las viñas, bajo un ardiente sol que tostó
nuestras pieles sin contemplación. Y una bolsa de plástico bailaba avenida
abajo, mientras ella trastabillaba como una peonza recién lanzada por la
alfombra del salón. Llegó un momento en el que el encaje blanco no era más que
espuma de mar, porque mis ojos no terminaban de acostumbrarse a la velocidad
del cambio. Me acordé de lo bonitas que eran las cúpulas en Viena, de los
balcones con tiestos sin flores y de aquel zumo de uvas que nunca llegó a fermentar.
Se acercó un poco más y me susurró algo al oído:
─Si no sales conmigo afuera, el cielo
besará la tierra sin que nosotros podamos verlo.
Y así fue como las nubes escucharon las
palabras de Cecilia y empezó a llover de repente. Al principio despacio, un
repiqueteo intermitente que tan solo acariciaba la hierba, pero al rato cayó
una tromba con la fuerza de una cascada. Tuve miedo de que nos perforara la
piel, pero ella quería ir a por las uvas. Porque si las uvas se echaban a
perder, ¿qué sentido tenía todo aquello?
miércoles, 5 de septiembre de 2012
Mondnacht
Al recibirte me topo con un aliento a
vid podrida, ojos de ciénaga y labios agrietados por el frío invierno de mi
ausencia. Y comimos pasteles de bizcocho y champán en Cron und Lanz, como
preludio de una despedida que siempre está en el borde del paladar. Abusamos de
los clásicos bajo la sombra del olmo, porque era así como queríamos escaparnos
de la realidad de las fábricas que humean en la gran ciudad.
Es war, als hätt der Himmel
Die Erde still geküßt,
Daß sie im Blütenschimmer
Von ihm nun träumen müßt.
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