Ni lágrimas ni aire, el aire había faltado de golpe, desde el fondo del cráneo una
ola le había tapado los ojos, ya no tenía cuerpo, lo último había sido el dolor una y otra
vez y entonces en mitad del alarido el aire había faltado de golpe, expirado sin volver a
entrar, sustituido por el velo rojo como párpados de sangre, un silencio pegajoso, algo
que duraba sin ser, algo que era de otro modo donde todo seguía estando pero de otro
modo, más acá de los sentidos y del recuerdo.
Pero
ahora la oscuridad se cernía como las hojas caducas se abalanzan sobre el
asfalto. Y no recuerdo cuántos terrones de azúcar acabaron en tu café, del
mismo modo que se ha borrado el número de veces que te quedaste absorta en tus
pensamientos sin rumbo, sin timón y sin viento favorable. Porque yo te
contemplaba en primer plano, me empapaba de tu cromatismo al desnudo, de la
naturalidad que cada poro de tu piel destapada supuraba. Yo te admiraba
embobado como un ingenuo que disfruta del arte desde la ignorancia; sin
conceptos claros que abrigar bajo el puente del paladar, pero con la
incuestionable certeza de que nada me pareciera más absurdo que no desearte.
Entonces tú me miraste, al fin, de frente. Torciste el gesto y me confesaste
que hacía tiempo que ya no sentías el frío en los huesos, que la vida (tu
propia vida) ya no era algo sobre lo que podías conversar sin sentir el peso
insoportable de la indiferencia. Y por un instante enrojecí, porque mis
palabras, como las del visitante de museo desinformado, acometían contra el
muro de la incertidumbre con la que toda falta de pericia termina por toparse.
El silencio te golpeó de costado. Recurrí a darle un trago a mi café, por ver
si la respuesta se encontraba en el fondo de la taza, junto al azúcar sobrante.
—Salgamos,
he de regresar —repusiste.
Fue
entonces, al abofetearme el aire de la ciudad despierta, cuando creí haber
encontrado algo que pudiera tomarse la licencia de asesinar el vacío que entre
nosotros se había abierto. Pero ahora la oscuridad se cernía como un manto de
tela opaco. Y nosotros deambulábamos a tientas como desconocidos que solo
comparten la acera que pisan. A tientas por la ciudad sin carteles, sin calles
y sin salida.
3 comentarios:
A tientas por el vacío...
Me encantan tus fotografías y me siguen enamorando tus palabras.
Un beso, preciosa,
V
Hola Dafne.
¿tienes cuenta en Goodreads? Me encantan los libros que lees y me gustaría que me recomendaras alguno. Estoy muy interesada en autores alemanes, pero aquí en España no es fácil dar con sus obras así a primeras. Si no tienes cuenta, ¿podrías recomendarme algunos? En un principio me gustan las novelas, pero estoy abierta a todo tipo de géneros.
¡Mil gracias y enhorabuena por este blog, es precioso!
Aria
Oh, vaya, qué angustia estirar el brazo para apenas rozar el frío ajeno, sin poder sanarlo.
(sonrisa de elefante)
Publicar un comentario