sábado, 30 de mayo de 2009

Puntitos de luz que resultaron ser farolas


Yo sé que es de idiotas, todo el mundo es consciente de que no hay más desdicha y miseria que la que uno quiere conservar. A mí me gusta mantenerla asida incluso cuando la ocasión no lo recomienda, y me estoy volviendo una drogadicta de los cambios incesantes. Creo que a una la hace sentirse segura, y no la obligan a tener que recurrir al etanol para ahogar a las sombras grises. Es mi salvavidas personal, con un yunque atado a un extremo. Llega un momento que estás tan hondo, que nada puede hacerte caer más abajo. Ni siquiera la marea es capaz de regresar con las autómatas siluetas del pasado, ellas ya se han cubierto de arena contigo.También inflo globos de helio comprimido y algodón de azúcar. Me los anudo a la cintura y asciendo hasta que la mielina de los axones se me ve completamente derretida, y me veo envuelta en un Alzheimer mundial, que hace que olvide mi nombre, mi situación, el color de las hojas de los árboles y cómo ulula el viento.
Pero antes de todo –es un paso primordial-, debo de preparar todo en un pequeño saco rojo (ya sea en un viaje marítimo o nebular). El bote de mermelada de naranja amarga, con la tapa a cuadrados rojos y blancos, que deja el regusto acre por los bordes de la misma. También viene conmigo el pequeño osito aviador, con su chupa de cuero, y el gorrito agujereado para que sus orejas puedan respirar con normalidad. Proviene del aeropuerto de Londres, y sabe de qué va la cosa cuando se trata de volar. Las semanas que toca hundimiento, le presto medio pulmón; y él me sonríe, mientras los arrecifes se reflejan en las pequeñas bolitas de ébano que tiene incrustadas en el rostro.
Yo sé que es de idiotas, la gente piensa que estoy para que me encierren –lo cual no comprendo, pues ya estoy encerrada-. También soy un monstruo y algunas cosas que Teddy me ha prohibido terminantemente nombrar. Pero él aún no me odia, y eso es un punto a favor.

lunes, 25 de mayo de 2009

Sin dueño y sin reino



Recuerdo que hacía un frío de mil demonios, tú girabas la cabeza en dirección a la nada, y yo perpendicularmente hacia mi futuro. Los dos ausentados del mundo, en permanente estado de alienación, intentando mantener las retinas secas por el viento, sin pestañear ni una vez. Lanzaste un apelativo al aire, pero éste se lo llevó, y se fue perdiendo en las manzanas de la ciudad, como el eco de los príncipes desheredados; o, mejor dicho, de aquellos sin reino. Oí tu reverberación, porque incluso ésta se escuchaba en mis sentidos desarraigados, y juro que era música redentora que hizo temblar hasta el desierto de mi pabellón auditivo, que llevaba años masticando chirridos inaguantables.
Mantuvimos una conversación de éstas que no llevan a ninguna parte, indagando en la política del país e intentando definir el grisáceo color de tu iris.
Estábamos atados a esa vulgarización que se perpetuaba día a día, y acabé aborreciéndote al cabo de tres noches. Fui abriéndome paso entre tus quejidos, aspirando el aire con pelusas de mis anteriores amoríos, expulsándolo mediante pequeñas bocanadas, ahogándome entre ese gustazo de no ser nadie por no tener complemento alguno.
Se pasó rápido, pronto volví a saborear con deleite la amargura de ir yendo por las calles con la mirada perdida, pudiendo pararme donde me daba la santísima y real gana; además de ir contando las baldosas amarillas que recorría cada domingo libre, cuando mi corazón está tan vacío, que a una la hace sentir llena.

lunes, 18 de mayo de 2009

De la bañera al colchón















Contacto físico experimental.
Algo que llene tanto como para saciar la sed que tengo de conquistar fronteras intransitables de los circunflejos de tu espalda, navegación por el dorso de tu mano forjada en vaselina desgastada, recorrer con minuciosidad la zona de tu cintura mientras me retracto en la posibilidad de hacer descenso por los recodos de tu columna. Pero las manos se me empequeñecen, tu cuerpo se vuelve demasiado intocable para las yemas tan sucias que la genética me ha dado y me abrazo a mí misma por miedo a volverme loca sin el acercamiento de algo menos frío que la mampara de la bañera.
Agarro con fuerza el agua, intentando pellizcarla una y otra vez. Hasta que consiento que ella se resbale por mi cadera, y se pierda con el resto, para que al menos ella disfrute de la compañía que se merece.
No quiero resignarme a la idea de que no existes, de que lo único que nos queda es tu recuerdo y unas fotos en blanco y negro por tu amor a la saturación. “Qué idiota”, pensarás. Y te entiendo, porque a mí me dice alguien que se ha comprado el champú que yo utilizaba para olerlo cada noche y cada mañana, que tiene enmarcadas las cartas que escribía para que sigan intactas, que va cada sábado al banco de siempre para representar tardes ya pasadas, y supongo que yo también le tacharía de loco maniático que no acepta que el río desemboque en un mar de cenizas.
A pesar de eso, me sigo desmayando en la cama para pensar que las sábanas son tus brazos, y que el óxido del recuerdo aún no me ha producido un tétanos por ti irremediable.

P.D: Porque fue este año cuando supe de la existencia de tus célebres palabras, y qué menos que dedicarte como mínimo un pequeño rincón en esta libreta de palabras virtuales. Como tú decías: "Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida", y tu síntoma será recordado por toda la historia de la literatura y en el estuche de los recuerdos que guardo en mi cajón.

Descansa en paz, Mario.

sábado, 16 de mayo de 2009

Serrín celular


Y esto de estar andando con los pies en otra parte, a una la mata poco a poco. Porque yo no te veo, ¿sabes? Pero consigo oler cada sustancia volátil que aún permanece asida en el dorso de mi calcetín desgastado. Un paso en la Tierra son kilómetros recorridos en la superficie lunar de tu retina.
Me siento con la mirada perdida, por si consigo divisarte en lo no visible, pero me es inútil. Entonces me califican de dormida, y yo les sonrío, porque a todo el mundo le agradan las sonrisas, y supongo que a ti también te gustarían en labios extranjeros. Pero hay días en los que ni la mueca de la carcajada se vislumbra en la comisura de la delgada línea que separa la realidad de la mentira, y entonces alguien te suelta un “¿Qué te pasa? Sé que te pasa algo, enseguida te lo noto”. Claro, a ver cómo le explicas al compañero de toda la vida, el cual no ha puesto el más mínimo interés en deducir si la sonrisa de ayer era al menos un poco sincera, que te has tenido que tragar la palabrería barata y la sencilla conclusión de que eres un grano de arena en un mundo desértico. Porque hace tiempo que sólo nos rodea la insignificancia, y algún día que otro consigues ver a duras penas un pequeño oasis afrodisíaco, que cuando está frente a tus ojos no es nada más que polvo.

miércoles, 13 de mayo de 2009

I love your glasses

Le miró con el desasosiego estampado en cada pupila de ceniza.
-¿Qué posición ocupo en la lista de tus prioridades? –lo dijo rápido, intentando no atragantarse con las palabras y aparentar serenidad al mismo tiempo.
-Ninguna –susurró, sin apenas inmutarse, y comenzó a jugar con un mechón chocolate de su pelo. Enrollando y desenrollando cada fibra capilar, como si de un spaghetti se tratase, y sus dedos fueran el tenedor.
-¿Quieres decirme que ni tan siquiera me puedes dar el último puesto? Eso es muy patético –la angustia se la comía por dentro, pero no lloraba por miedo a desbordarse y manchar su vestido nuevo-. Al menos podrías haber ido con más tacto a la hora de decírmelo…
-Me gustan tus gafas –se limitó a contestar.
-¿Qué…?
-Eso, me gustan tus gafas. Y no importa si están sucias, si tienen una mota de polvo en el cristal, si con el tiempo pasan de moda y acaban en algún escaparate de viejas antiguallas, o si alguien las chafa y se fragmentan en mil añicos. Seguirán siendo mis gafas favoritas –dejó de juguetear con el pelo y deslizó la yema del dedo sobre la clavícula de Nadia-. Ah, y no eres una prioridad en mi vida, de ésas tengo muchas. Pero tú eres única, así que tan sólo puedes ser calificada de necesidad.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Ducha matinal














Un amparo bajo el montículo de tu espalda espumosa impregnada en gel de Deliplus, con las burbujitas chispeantes y adúlteras del silencio de mis gemidos.
Dos o tres sonrisas de plata manchadas en células de mi epidermis, que segundos antes has desgarrado con la saña y el temple de un hidalgo de la Mancha.
Las constelaciones pecosas de tu cintura, con aquella trampilla mía que baja como caminito de baldosas amarillas hasta debajo de tu ombligo.
Y aun así y todo, me dejas con sed de sacarte las entrañas a embestidas, de jugarme la vida a que todavía queda más noche de la que la luna es capaz de entregarnos a escondidas.