Pero antes de todo –es un paso primordial-, debo de preparar todo en un pequeño saco rojo (ya sea en un viaje marítimo o nebular). El bote de mermelada de naranja amarga, con la tapa a cuadrados rojos y blancos, que deja el regusto acre por los bordes de la misma. También viene conmigo el pequeño osito aviador, con su chupa de cuero, y el gorrito agujereado para que sus orejas puedan respirar con normalidad. Proviene del aeropuerto de Londres, y sabe de qué va la cosa cuando se trata de volar. Las semanas que toca hundimiento, le presto medio pulmón; y él me sonríe, mientras los arrecifes se reflejan en las pequeñas bolitas de ébano que tiene incrustadas en el rostro.
Yo sé que es de idiotas, la gente piensa que estoy para que me encierren –lo cual no comprendo, pues ya estoy encerrada-. También soy un monstruo y algunas cosas que Teddy me ha prohibido terminantemente nombrar. Pero él aún no me odia, y eso es un punto a favor.