lunes, 10 de febrero de 2014

The clear vowels rise like balloons








Junto a la luz tímida de un invierno que apenas arañaba la piel con su débil viento, se despertó con la sensación de haber vivido demasiado tiempo. Entre bostezos algo fingidos, intentó mover los músculos, todavía entumecidos por el sueño pegado; pero estos apenas le respondían y se resistían a abandonar el refugio de sábanas blancas.

 La música de Glenn Gould todavía resonaba en sus oídos como un rumor lejano que nunca acaba de ser del todo nítido, como una frase sin sentido que se ha cansado de habitar demasiadas bocas. El regusto del vino sobre un paladar seco, labios agrietados de tanto posarse sobre corolas de piel. Piel de Nivea, fina y transparente pero rasgada por los excesos de la estupidez propia de la adolescencia.

Tras librarse de las legañas, se marcharon a desayunar a una cafetería cercana. Allí retomaron el sueño por donde lo habían dejado, masticando bollería tierna y saboreando espuma de capuchino recién hecho junto a algunos versos en portugués. Pero quién alimentaba el sueño si no la promesa de haberse desprendido de la monotonía gris y árida que empañaba sus vidas hace apenas unas semanas. 

sábado, 1 de febrero de 2014

In ihren Augen ist das feierliche Verdunkeltwerden




Degustaron cafeína tostada mientras afuera el granizo comenzaba a derretirse sobre el asfalto. La ciudad se desperezaba en un oscurecer paulatino; las sombras daban paso a un incesante crepitar de luces y transbordos ajetreados, pero en la cafetería apenas se percibía ese rumor incesante. Y sus ojos, de azul hielo punzante, recorrían cada tramo de su piel como en busca de algo que atesorar, algo que robarle al tiempo.  Un pobre instante furtivo, de los que el parpadeo puede acabar matando. Con las manos temblorosas, se exploraban como quien palpa tierra nueva. A tientas, en sudor frío, con la mente en blanco, a ciegas.


Esta noche el susurro se torna palabra. Palabras extranjeras que suenan a hogar. Y los monemas se le escapan de la comisura de los labios, van cayendo sobre el entarimado. Ella los recoge como perlas sin pulir y los acomoda en sus oídos, con cariño y con miedo, por si el abrazo de mañana es la última despedida, o nada más que una de tantas. Y cuando el deber y la responsabilidad se imponen, ella se marcha sin mayor teatralidad o demora. Cierra la puerta tras de sí, le deja a él en la cama, tendido, seguir oscilando en el sueño, algo roto por el sonido de la tostadora. Ha de partir, pero todo le sabe a dulce. No se atreve a materializarlo en palabras (conocidas, maternas), pero el sentimiento la engulle y la arrastra, la prepara para el próximo encuentro. Sonríe, afuera ya ha amanecido y la humedad se le pega en el pelo, la luz del sol baila en su sonrisa.