domingo, 27 de marzo de 2011

Willkommen, Frühling! Tchüs, Liebhaber












Trafalgar Square, August 16.

Quizás fueron las miradas huidizas de ella, las situaciones que parecen no tener salida, los enredados diálogos o los puñetazos que él le propinaba a cualquier pieza del mobiliario cuando esto ocurría. Tal vez se marchó de mañana, cuando a él se le olvidaron los “buenos días”, o cuando ella preparaba el café de la mañana y se sentía idiota al calentar el agua. A lo mejor es que se les olvidó ir renovando de vez en cuando las juntas, engrasando los engranajes o regulando la presión ejercida por ambas partes. Lo que sí que es cierto es que no hubo un momento que determinase el final. No sonaron bocinas de fondo, ni nadie comenzó a aplaudir, ni se lanzaron fuegos artificiales para rememorarlo o se lanzó un suspiro de alivio. Porque el amor se iba así, sin más. Sin dejar nota de suicidio o explicaciones bajo el felpudo, y llevándose tras de sí y a escondidas (como quien no quiere la cosa) los interrogantes de su precipitada huida.


Y haciendo honor al título y cambiando de tercio, no puedo olvidarme la primavera. ¿Qué os evoca la primavera? A mí me viene a la mente el color azul, las zapatillas de esparto, los vestidos con pliegues azucarados y canciones de Augustana.


viernes, 11 de marzo de 2011

Danubio azul

Se muerde los labios febrilmente a medida que atraviesa Grabenstrasse. Mira el cielo y da un respingo por culpa de la inmensidad de la luna y de su color ceniciento fantasmagórico. Parece ser que el aire huele a sangre oxidada y a polvos de talco. Todo se camufla y se descubre con tanta facilidad que acelera el paso. Corre tan deprisa como sus talones desgastados se lo permiten, y huye de sí misma, girando las esquinas con el corazón derrengado, el palpitar en las sienes golpeándola demasiado fuerte y la sensación de ir muriéndose al pretender dejarse atrás. Porque a esas horas de la noche todo titila ante su inquieta mirada aleatoria. Se siente mareada y saborea no sin cierta acritud el regusto a vómito que le asciende por la garganta. Esa enloquecida danza le recuerda al propio Strauss, y se ve a sí misma agonizando en el fondo de las lóbregas aguas del Danubio azul. Da vueltas sobre sí misma como una peonza de madera, oscilando con dificultad sobre el suelo empedrado. Y gira todo lo deprisa que sus piernas se lo permiten, cortando el viento, con violines de fondo que la incitan a desfallecer en la penúltima vuelta que indica el final. Un cabriole, croise derriere y vuelta a empezar. Su respiración alza el vuelo y se pierde en lo alto del firmamento sin ganas de regresar, vuela como los cisnes del lago de Lucerna, aquéllos que tantas veces parece que no pueden desplegar sus alas si no es con ganas de emigrar.



Siento haber tardado tanto, pero entre unas cosas y otras, he ido alargando volver aquí. Y se echaba de menos.