domingo, 27 de junio de 2010

Cuatro mil doscientas razones para vivir

Es incoherencia, perplejidad, anatomía efervescente y ganas de soñar. El rostro se le crispa cuando frunce el entrecejo, con las pecas revoloteándole las mejillas y los rizos bermellones jugando a despuntar. Guarda siempre los pensamientos juguetones en los hoyuelos simétricos, porque dice que así sólo le vienen a la mente cuando sonríe. Los decibelios de excitación le estallan en cada tímpano, el equilibrio se le derrama por la clavícula y colecciona conchas de caracol adornadas con pinturas acrílicas chillonas.

Tiene cuatro mil doscientas razones para vivir, y solamente unas quince para cortarse las venas en la moqueta del cuarto de baño. Pero Violeta es tan vivaz que quiere quedarse eterna en la adolescencia, con todos sus encantos a flor de piel y el verano sonriéndole desde la esquina. Así que se suicida a mediados de mayo, cuando el follaje de su pelo todavía no se incendia con el crepuscular estival. Se hunde en el agua fría de la bañera, con el camisón rosa de franela, el pelo recogido en una trenza y todos los recuerdos a buen recaudo: en las grutas infranqueables de su virginidad.


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lunes, 14 de junio de 2010

¿Sabes por qué destellan las luciérnagas?

Día 15

Se nos ahogan las palabras en el paladar. Ya casi no nos vemos. Estás tan distante que a duras penas puedo tocarte sin sentir que no eres más que un espectro lejano.
Siempre pensé que tendríamos un porqué en el que desenvolvernos con ganas de compartir sensaciones, pero es hoy más que nunca cuando veo que éstas volaron hacia el infinito (y quizás más allá).

Día 26

Hoy tengo vida azul violeta que sabe a frío y a humedad. El desplazamiento nebular dentro de tus ojos se ha detenido desde aquel preciso instante en el que te grité que reaccionaras. Reaccionar. Bonito verbo donde los haya. ¿A qué? Tal vez a mi olor, a mi presencia, a mis besos. Aún no lo tengo del todo claro.

Día 40

Ahora me hablas del suicidio, de luciérnagas y de eternidad. Parece que estás ciega ante la vida, sólo se te despiertan las esperanzas con detalles simples como el parpadeo de las luciérnagas. Te intento hablar de nosotros, pero no me escuchas. Tú no estás aquí, estás demasiado lejos. Estás con las luciérnagas del cielo, y lo sé. Pero yo me niego a aceptarlo.

Día 165

Parece que es así. Te has ido para siempre. ¿Por qué parpadean las luciérnagas? Ahora sí lo sé. Las luciérnagas destellan porque las cosas bonitas nunca duran. Aunque tú siempre has sido eterna. Siempre has sido (y serás) mi pequeña y efímera eternidad.



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