viernes, 26 de junio de 2009

Pompas de canela














¿Alguna vez lo has probado? Abarcas todo el aire que hay en un kilómetro a la redonda, tienes el pecho henchido de tal forma que parece que vayas a explotar en millones de pedacitos caleidoscópicos, los ojos completamente cerrados con cremallera y los músculos tan rígidos que sientes cómo el proceso homeostático ha cesado hasta quedar reducido a una completa concentración en tu respiración.
Entonces soplas. Tiras todo el viento en forma de irisaciones y fulgores que van volando por encima de tu cabeza. Levantas la vista para contemplar cómo la mayoría se alejan, y cómo otras perecen en el intento de llegar a la exosfera. Y en cada una de ellas había un grito, un etéreo hálito de esperanza confinado en cada pompa de jabón, para comunicarle a las nubes que te sentías demasiado llena de aire, de omnisciencia sempiterna, y que llegaría un día que simplemente serías sustancias volátiles con olor a canela.

domingo, 21 de junio de 2009

Transplante pulmonar




















Si te digo la verdad –y con verdad me refiero al hecho de no soltar una mentira al menos al finalizar cada frase-, llevo enferma desde los dos últimos años. Tengo fiebre con convulsiones constantes, dificultad para respirar como solía hacerlo (que me tragaba las pelusas de tus mentiras, pero resultaban ser soportables), dolor en el pecho (sobre todo al inhalarte) y una tos con flema e incluso con sangre.
Sigo entre las sábanas asépticas de la inconsciencia, que me arropan con el permanente deseo de no volver a verte aparecer. Por eso no te comuniqué lo de mi enfermedad; porque, al fin y al cabo, cuando tu autómata figura es identificada, se me altera algo allá dentro, por la calle intestinal, donde hacen un nudo Windsor que me acongoja por completo. Me toco el abdomen, por si acaso noto algún revoloteo o agitar de alas pertenecientes a algún insecto. Pero me topo con que no hay nada, no se mueve ni una célula. Todas estáticas, sin realizar ninguna función que haga que entre en calor, provocándome una pulmonía crónica que no se cura desde finales de enero.


El diafragma se me vuelve de gelatina de fresa, el vaho se comprime en algún recoveco de mi garganta y la temperatura va descendiendo violentamente, hasta que tú sueltas algún gesto con la cabeza –como intentando golpear un balón imaginario-, y toso con fuerza. Mi organismo intenta expulsarte de alguna manera, se suceden las contracciones espasmódicas repentinas, la liberación descontrolada de todo el aire que sabe a tu presencia y el agotamiento final, que consigue que me dé por vencida, y que termine respondiéndote con una leve sonrisa blanca, por si lo interpretas como una retirada a tiempo en la batalla que se disputa en mis pulmones.

miércoles, 17 de junio de 2009

Básicamente lo mismo
















Me apunté en la libreta con cubierta de color pistacho y con tinta de mi pluma estilográfica que a los capullos como tú me los merendaba a las cinco menos cuarto. Pero ya sabes que la tengo guardada en un cajón, y que no la abro por miedo a que la tinta se me meta debajo del miocardio.

Y, cariño, recuerda que me estás matando. Matar… Sí, bueno, aniquilando. Jane también me va descomponiendo poco a poco, y el señorito Lefroy se las trae. Él era un capullo, ciertamente. Un zoquete sin escrúpulos que no conocía los límites del decoro, un flamante-sonrisas que te deja con el labio inferior pegado al parqué. Ella se refugió en el consuelo de las palabras, y yo… ¿a qué me agarro? Al dolor de los párpados, el que se tiende sobre las arrugas de los recuerdos, y que chorrea por las pestañas hasta que sigue su trayectoria por la mejilla. Me acomodo a él, me agarro al pensamiento de que existe, y entonces se convierte en costumbre; y las costumbres no duelen, así que es la monotonía quien pesa más que el dolor. Se cae en la cuenta de que se trata de básicamente lo mismo, el mismo daño desde distintas perspectivas.

jueves, 11 de junio de 2009

¡Colonicemos el protectorado bipolar!

















Sabía que cada día era un boquete más en mi propio muro de Berlín, mi bipolaridad iba traspasando las fronteras que éste cercaba cuando apenas sabía contar hasta tres, y hoy está más roto que mi propia sensatez.
Amanezco entre la inmundicia de cualquier pecado capital, con la ceguera de una noche de tajada sugestiva, completamente desnuda por fuera –como si me hubieran derretido los harapos a escupitajos-. Y no te quedaba nada más que arrebatarme la poca dignidad que mantenía sujeta entre las piernas, juntando las rodillas tan fuerte, que en cualquier momento se me iban a formar dos senderos acabados en uno solo.
Pero yo no soy enfermiza y débil, ¿sabes? Sólo que mi perdición son los bombones de praliné con trocitos de almendra incrustados, y para mí el mundo es como una inmensa chocolatería belga. Quiero probarlo todo, saciarme hasta coger un empacho y una saturación de cacao. Pero luego siempre acabo volviendo a ti, mi pequeño caramelo de limón. Al principio eres algo ácido, pero después te amoldas a la forma de mi lengua, y eres bálsamo para toda costra y pústula que hay en ella.


P.D: Betzabé, no puedo comentar en tu blog, no me deja. Pero gracias por haberme nombrado en la preciosa actualización, pequeña :)

lunes, 8 de junio de 2009

Fotografías desde el cielo de canela


Hacía un frío de mil demonios que resquebrajaba las costillas y te imponía un miedo a respirar. Podía percibir la canela, incluso el débil rastro de las mandarinas, que se iba alejando conforme daba un paso más en dirección hacia los cerezos olvidados del jardín de atrás.
Tú brincabas por cada vertiente rocoso, incluso aquéllos cubiertos por papeles cebolla de color verde oscuro –o comúnmente llamado musgo-. Ibas demasiado deprisa, a mí el viento me comenzaba a cortar hasta el sudor que perlaba de mi frente. Y susurraste: “No nos alcanzarán. Nadie es capaz de fotografiar el horizonte. Así que no nos alcanzarán.” Pensé que tú eras uno de aquellos ángeles sin alas, que un día se cayeron por casualidad de la exosfera, donde la codicia terrenal no lograba siquiera a tocarte los dedos de los pies. Pero te largabas, volabas demasiado alto como para que los pequeños querubines pudieran siquiera poder vislumbrar el aleteo de tus pestañas.
Hacía un frío de mil demonios que resquebrajaba las costillas y te imponía un miedo a respirar. Podía percibir la canela, incluso el débil rastro de las mandarinas, aunque esta vez no había jardín de atrás.

martes, 2 de junio de 2009

Ruina sin acorazar




















Daniela va haciendo “eses”, por si algún día se topa con la infranqueable realidad que haga que se desmorone por dentro. Aunque ya está en ruinas, y quizás sólo sea darle un par de patadas más a un obelisco hecho trizas. Tiene huecos y jirones por todos lados, está tan rota que no se considera ni de tercera mano.
Le dijeron que se largara a Chamonix por unos cuantos días, donde el aire es claro y diáfano incluso cuando estás en el fondo marino de tu estado de ánimo. Pero ella no quiere, pues no se encuentra a sí misma. Se abraza muy fuerte, al lado de la alfombrilla azul cerúleo, intentando tocarse con la punta de los dedos la mano contraria, pero las falanges se le empequeñecen, y todo acaba siendo una burda escena de circo, digna de un largometraje humorístico, una tira satírica o de una cita de Groucho Marx.
Ahora se sigue buscando en el espejo desgastado y añoso, moteado por gotitas de agua a rebosar de cal, con ayuda de las polillas zurdas que se comen al propio cuadro de su imagen, el cual le impide ver más allá.