¿Alguna vez lo has probado? Abarcas todo el aire que hay en un kilómetro a la redonda, tienes el pecho henchido de tal forma que parece que vayas a explotar en millones de pedacitos caleidoscópicos, los ojos completamente cerrados con cremallera y los músculos tan rígidos que sientes cómo el proceso homeostático ha cesado hasta quedar reducido a una completa concentración en tu respiración.
Entonces soplas. Tiras todo el viento en forma de irisaciones y fulgores que van volando por encima de tu cabeza. Levantas la vista para contemplar cómo la mayoría se alejan, y cómo otras perecen en el intento de llegar a la exosfera. Y en cada una de ellas había un grito, un etéreo hálito de esperanza confinado en cada pompa de jabón, para comunicarle a las nubes que te sentías demasiado llena de aire, de omnisciencia sempiterna, y que llegaría un día que simplemente serías sustancias volátiles con olor a canela.
Entonces soplas. Tiras todo el viento en forma de irisaciones y fulgores que van volando por encima de tu cabeza. Levantas la vista para contemplar cómo la mayoría se alejan, y cómo otras perecen en el intento de llegar a la exosfera. Y en cada una de ellas había un grito, un etéreo hálito de esperanza confinado en cada pompa de jabón, para comunicarle a las nubes que te sentías demasiado llena de aire, de omnisciencia sempiterna, y que llegaría un día que simplemente serías sustancias volátiles con olor a canela.