Nosotros no estábamos locos: éramos unos “jodidos perturbados”. O al menos eso era lo que el guardia del pasillo solía mascullar entre dientes cuando hacíamos de las nuestras. Lo repetía como unas quinientas veces al darse cuenta de que Paul se meaba encima de camino a los aseos. Había perdido el brazo izquierdo en la guerra de Vietnam, por lo que suplicaba sonriendo al guardia que se la aguantara mientras lo hacía, ya que era zurdo de nacimiento. Como era lógico (o al menos eso creo, porque el doctor Woolrich dice que no tenemos todavía afianzado ese concepto), el guardia se negaba, y éste terminaba apestando a orina y dándole más trabajo al servicio de limpieza.
Pero Paul era un gran tío, de eso estoy seguro. Me gustaban sus pómulos marcados y la forma que tenía de sonreír, como si fuera la cosa más difícil del mundo, realizando una mueca estrafalaria con el carrillo izquierdo. Qué tío, cualquiera habría apuntado que era de izquierdas, pero la verdad es que en cuanto a ideología política, era menos rojo que la sangre de la reina de Inglaterra.
Luego estaba Cornell: el fumador empedernido. Era todo un veterano allí, aunque nunca llegó a revelarme las razones que le condujeron al manicomio. Tenía tres hijos y una bonita esposa cuando la locura llamó a su puerta. Ocurrió mientras cortaba el césped. Dicen que se quedó parado, con la vista fijada en el cielo. Intentó acabar con su vida con una cuchilla de afeitar.
Con eso aquí no hay problema, porque todo objeto mínimamente cortante está prohibido. Sin embargo, Cornell consiguió sus propósitos a finales del año pasado. Fue por el tabaco, aunque no de la forma convencional. Resultó ser toda una ironía, porque el médico no dejaba de repetirle que el tabaco terminaría con su vida, ya que contenía gran variedad de sustancias nocivas. A pesar de eso, la nicotina no tuvo la culpa. Cogió un cigarro más de su cajetilla y le prendió fuego al filtro. Se cortó las venas, ya saben. En su habitación había sangre por todas partes. Todavía hoy sigo preguntándome cómo algo tan blando pudo rebanar su curtida y gruesa piel. De todas formas, yo me pregunto demasiadas cosas numerosas veces. Es por eso por lo que estoy aquí.
Éste es un relato que escribí en mi Moleskine durante un largo trayecto en coche. La verdad es que no estoy acostumbrada a redactar cosas así, pero en aquel momento fue lo que me venía. Me marcho a Inglaterra y no regreso hasta el 17 de agosto, así que hasta entonces no podré responder comentarios. Lo más seguro es que cuando regrese publique la sinopsis y un trocito de la novela que llevo escribiendo casi un año, para ver qué os parece y tal. Pasadlo bien en mi ausencia. ¡Os echaré de menos! :)
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