A veces notaba cómo una irrealidad se expandía dentro de sí misma. Y el tacto se le volvía liviano, como los vértices de los pétalos de las rosas del jardín, le temblaban los dedos, como la luz variable del viejo candil. Le inquietaba su propio rostro reflejado en el cristal, y sólo con cerrar los ojos ya creía abandonarse a la bienvenida de una muerte dulce y placentera. Dejaba de respirar cual golondrina amedrentada, alzando la barbilla hacia el vacío y notando cómo el mundo seguía girando sin que ella se lo permitiese. Se preguntó cómo era que, aquel tacto etéreo que tantas veces la confundía, tuviera tanta memoria para escenificar de nuevo aquellas huellas que hace tiempo se habían trazado por sus caderas prominentes. Se preguntó cómo era que alguien olvidaba con tanta facilidad y cómo, sin embargo, a ella se le grababan las caricias como quemaduras de tercer grado.
La fotografía la tomé en el Ponte Vecchio al atardecer. Para más detalles y fotografías del viaje: http://poppiesinjune.blogspot.com/