jueves, 22 de enero de 2009

Eh, chaval, bienvenido al club



Demasiada paciencia tendría que abarcar para alcanzar a sentir todo lo que siento. Tantas sonrisas que quizás fueron almas sin futuro, indagando entre pequeños sueños de violetas en polvo y suspiros en seco. Son incontables y abundantes en su mayoría, pero dime tú, ¿para qué yo los querría? Teniéndote a ti, como el rayo de Sol que por la mañana se infiltra en esta rendija empedernida por dar luz y amparar un despertar incierto, como el reflejo de la luna -vanidoso en la superficie, deleitando tus pupilas- que noche fría de invierno obsoleto y desterrado, dio su empeño en ser algo más que una ilusión de velo plateado.
Y es que no te das cuenta, pero quizás tu tiempo ha expirado, ha llegado a un fin nada deseable, y con él, al futuro lo ha ahogado. Eres víctima de luces y sombras que se envuelven con tenacidad, eres producto de desasosiegos y penas en cantidad.
¿Que cuánto hay que pagar por sueños? No son rentables ni vale la pena reparar en su precio, pues cotizaban en bolsa y cada año bajaban un quince por ciento.
Así que deja de aguarme la fiesta, y ven a la reunión de los desamparados, donde el alcohol no existe, ni tampoco guirnaldas ni espumillón. Donde las perspectivas emulsionan con paciencia y con amor, esa paciencia que tanto faltaba, y que hoy; ha tomado parte de esta maldita rebelión.

miércoles, 14 de enero de 2009

La melancolía, 100% algodón, a ver si encoge


Mi pulóver turquesa estaba despeluchado, pero poco importaba ya. Desprendía olor a tizne polvoriento, y las bolas de naftalina que guardaba en el cajón lo han convertido en aval industrial. Me lo enfundo, me lo saco, lo tiro en el edredón de la cama, lo piso, se restriega con las pelusas de mi aparador y les echa una carrera, es atacado por polillas impías… Qué lástima, yo que pensaba que era una de esas cosas en la vida a las que hay que cuidar.
Ayer vino mojado, creo que tenía escrito en la etiqueta que había que lavarlo a mano, y a alguien se le ocurrió meterlo en el centrifugado. ¡Será posible! Pobrecito, te prometo que mañana te guardaré entre prendas de seda y camisetas de algodón, pasarás la noche calentito, aunque de tanto olor a suavizante, cogerás un colocón.
Porque, bueno, quien dice pulóver, dice corazón.

jueves, 8 de enero de 2009

La cosa tiene su juego



Titilantes y a su misma vez tácitas palabras vomitaron tus labios, en intentos descontados que sin duda fueron en vano. Debería de haberte dicho que firmaras el tratado con tinta de sangre, cubilete de argumentos y pluma de valor. ¡Y eso era lo que me faltaba! No fui (cambié deliberadamente sin lugar a posible opción) aquello que tuve que ser, cargarás con la culpa de mi propia purga para acabar en algo mucho peor.
Sabes que lo odio, me duele, que es como una pequeña astilla que recorre distancias entre huesos y cartílagos hasta encontrar el punto donde explote en mondaduras blandengues que me hagan de gelatina y me incapaciten para escribir más. Y si no sirvo ya ni para esto, no me pidas que intente razonar. Te lo he repetido incesantes veces, y aun así esto te parecerá a chino y retahíla de palabras mezclada con sorbete de inconsciencia y de tontería agitada (no removida).
No lo llamaría perder, no quiero precipitarme y perder los papeles. La palabra es… Cristalizar.
Sí, eso es. Me vas cristalizando, me fragmentas poco a poco, y coges cada jirón cuando te es necesario y oportuno, lo rompes en más, lo despedazas, haces con él lo que te da la gana. Y es que, no te das cuenta, cielo, pero llegará un momento en el que ni tú mismo podrás rehacer ese puzzle.
Un puzzle hecho con piezas de mi esencia, que a veces reconstruías con delicadeza, pues no importaba la distancia o fuerza con la que lanzaras las piezas, siempre acababas localizándolas.

Pero, quién sabe, quizás mañana alguien te las haya robado y haya construido su propio rompecabezas. Aunque ese alguien no exista, y sea producto de mi imaginación.

domingo, 4 de enero de 2009

Juego con rojas


Eh, vida mía, ¿echamos una partidilla? Pero no como siempre, de ésas donde las victorias se clamaron a los cuatro vientos para que algún alma en pena abriera el sentido del oído –y ya de paso el de la pena en gracia-, te animara con unas cuantas palabras de quita y pon, para después volver a reincidir constantemente en la derrota continua, que llama a tu puerta como quien pasa por casa de la vecina del cuarto. Hoy es diferente, hoy la derrota suena en silencio, y sienta incluso peor que cuando tiene público incondicional, y es que tan sólo estoy yo para presenciarla, así que suena más amarga de lo que ya era en un principio; me parece que los demás se han largado, ponían una reposición de otra vida más sugestiva que la mía, aunque eso no es muy difícil.
¡Maldita sea! Llevo con esta ficha dando vueltas como una imbécil al tablón de juego, y se ve que al ser mi casa roja, soy más que daltónica y no diferencio cuál de todas es. Pero eso no es ninguna novedad (bienaventurada la palabra), a mí me pasa siempre, estas cuatro paredes no se pueden denominar hogar, y mucho menos me siento relacionada con todas estas risas desperdigadas por el mantel de Navidad, con turrones de Jijona y con las copitas de champán.

Pero puestos a arriesgar, lo que haré será reservarme mis tres fichitas rojas, por ver si pasa la verde esperanza y zampármela antes de que se me escape para siempre, que según las coletillas populares, dicen que lo último que se pierde es la ilusión.