domingo, 13 de agosto de 2017

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Hoy las nubes volvieron a adoptar la forma que a papá tanto le llamaba la atención: esponjosas, finitas y sombreadas. Hoy volví a contemplar las copas de los árboles con el mismo asombro que hace seis años. Vi descender el sol desde el vagón del tren, contando los postes de electricidad y no los minutos que faltaban para verte. Creí encontrar una historia digna de ser contada en los rostros inertes y hopperianos tras el cristal. Y, al finalizar el trayecto, cuando la luz había mermado lo suficiente como para no discernir los letreros de aquellos locales en pueblos con estación fantasma, me pareció que el viaje se repetiría infinitas veces, que nunca dejaría de apearme con la certeza de que aquella ciudad me recibía de nuevo.

1 comentario:

Nahuel dijo...

Siempre encuentras las palabras precisas, la forma exacta y correcta de acomodarlas. Es así que haces ver hermoso un relato cotidiano. Siempre es bueno volver a tu blog.

Saludos, Nahuel.