jueves, 8 de enero de 2009

La cosa tiene su juego



Titilantes y a su misma vez tácitas palabras vomitaron tus labios, en intentos descontados que sin duda fueron en vano. Debería de haberte dicho que firmaras el tratado con tinta de sangre, cubilete de argumentos y pluma de valor. ¡Y eso era lo que me faltaba! No fui (cambié deliberadamente sin lugar a posible opción) aquello que tuve que ser, cargarás con la culpa de mi propia purga para acabar en algo mucho peor.
Sabes que lo odio, me duele, que es como una pequeña astilla que recorre distancias entre huesos y cartílagos hasta encontrar el punto donde explote en mondaduras blandengues que me hagan de gelatina y me incapaciten para escribir más. Y si no sirvo ya ni para esto, no me pidas que intente razonar. Te lo he repetido incesantes veces, y aun así esto te parecerá a chino y retahíla de palabras mezclada con sorbete de inconsciencia y de tontería agitada (no removida).
No lo llamaría perder, no quiero precipitarme y perder los papeles. La palabra es… Cristalizar.
Sí, eso es. Me vas cristalizando, me fragmentas poco a poco, y coges cada jirón cuando te es necesario y oportuno, lo rompes en más, lo despedazas, haces con él lo que te da la gana. Y es que, no te das cuenta, cielo, pero llegará un momento en el que ni tú mismo podrás rehacer ese puzzle.
Un puzzle hecho con piezas de mi esencia, que a veces reconstruías con delicadeza, pues no importaba la distancia o fuerza con la que lanzaras las piezas, siempre acababas localizándolas.

Pero, quién sabe, quizás mañana alguien te las haya robado y haya construido su propio rompecabezas. Aunque ese alguien no exista, y sea producto de mi imaginación.

2 comentarios:

Dara dijo...

Jamás deberíamos ser el rompecabezas de nadie.


Un miau

Anónimo dijo...

No deberíamos dejar que hicieran un puzzle con nosotros, pero el amor es tan difícil, que somos capaces de perder nuestra identidad por la otra persona.

Saludos.