Junto
a la luz tímida de un invierno que apenas arañaba la piel con su débil viento,
se despertó con la sensación de haber vivido demasiado tiempo. Entre bostezos
algo fingidos, intentó mover los músculos, todavía entumecidos por el sueño
pegado; pero estos apenas le respondían y se resistían a abandonar el refugio
de sábanas blancas.
La música de Glenn Gould todavía resonaba en
sus oídos como un rumor lejano que nunca acaba de ser del todo nítido, como una
frase sin sentido que se ha cansado de habitar demasiadas bocas. El regusto del
vino sobre un paladar seco, labios agrietados de tanto posarse sobre corolas de
piel. Piel de Nivea, fina y transparente pero rasgada por los excesos de la
estupidez propia de la adolescencia.
Tras
librarse de las legañas, se marcharon a desayunar a una cafetería cercana. Allí
retomaron el sueño por donde lo habían dejado, masticando bollería tierna y
saboreando espuma de capuchino recién hecho junto a algunos versos en
portugués. Pero quién alimentaba el sueño si no la promesa de haberse
desprendido de la monotonía gris y árida que empañaba sus vidas hace apenas
unas semanas.
4 comentarios:
Me encanto, saludos.
Como siempre, excelente lectura y fotos.
Saludos, Nahuel.
Bella descripción. Agradable al imaginar.
un beso, preciosa.
Como siempre preciosa combinación entre las imágenes y tus palabras. El Laoconte es una de mis esculturas favoritas y la foto del almuerzo encaja a la perfección para reflejar lo que evoca el texto. A mí me trae a la memoria muchas mañanas de invierno, y me quedo con esta frase: "La música de Glenn Gould todavía resonaba en sus oídos como un rumor lejano". Nada mejor que tener a Gould de fondo para comenzar el día.
Un beso grande.
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