Se revolvió incómoda en el sillón,
ajustándose la gargantilla de plata, la cual parecía adherirse más de la cuenta
a su yugular. Cuanto más próxima se hallaba la manecilla a la cifra esperada,
más se le encendían las mejillas, se le aceleraba el pulso y se le secaba el
paladar. Comprobó hasta la saciedad que conservaba la carta entre las manos,
pues no habría resultado extraño que se hubiese emborronado el nombre del
destinatario a causa del sudor que perlaba como arroyos translúcidos por los
cauces irregulares de sus palmas. Pero ¿qué era el tiempo sino un mentiroso sin
escrúpulos? Y ella, huérfana de un recuerdo desheredado, pues no había nadie
que la esperase en el umbral. Solo la obsesión de un momento que nunca llegaría.
Porque si había alguien a quien esperaba, era a ella misma.
7 comentarios:
me gusto mucho la forma en la cual describes las acciones, es una lastima que sean tan pequeños los fragmentos.
un beso.
Escribes maravillosamente... el momento angustioso de esa espera que no llegará, y esa cadena que ahoga...
Buff!!
Besos abisales
siempre relajan tus escritos, te hacen flotar un poco, un poco de magia, un poco de cruel realidad.
Saludos, Nahuel.
Qué triste el final, pero en el fondo creo que es el que da más sentido al relato, de otra forma habría sido... lo típico. xD Me ha gustado. :-)
atlantis2050.blogspot.com
Quizás, lo importante no es esperar a los otros sino buscarse a sí mismo eh? Saludos
Vamos a follarnos al destino, preciosa.
(Siempre que vuelvo por aquí me preño de ti.)
Muás.
Ohh, me ha encantado :)
Muy triste, pero un relato precioso. Me ha recordado a Penélope, la de la Odisea, y ella me ha recordado a una obra de teatro que leí el año pasado (y también el final de tu entrada). Se llama "Las voces de Penélope" y es de Itziar Pascual; te la recomiendo ^^
¡Un beso enorme! :D
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